Trump y los tics de la época

Trump está en su tiempo, que quizá es el nuestro, y vibra con los tics o tips de la época. Se rodea de o le rodean los billonarios de las corporaciones que nos llevan y también nos zarandean. Su tiempo, quizá el nuestro, es el de las redes personales: cada cual emite sus mensajes en un ecosistema hermético de sistemas centralizados y opciones limitadas. Bueno, si no te gusta una red tienes otra (Whatsapp / Telegram), pero en la otra no hay nadie.

A Trump no le gustaba Twitter y montó otra, su red personal tipo Twitter: Truth social. A Elon tampoco le gustaba Twitter y la compró. Por 40.000 millones de dólares. La llamó X. A los que no les gusta Twitter se van a otra nueva: Threads, Mastodon, Bluesky...

El enigma de este tiempo, veinticinco años del siglo XXI, es que la productividad no ha crecido. Nos hemos parado. Aunque quizá lo que no crecen son los ingresos, el dinero, porque la productividad sin dividendos debe de ser altísima, todo el planeta todo el día tecleando, grabando, emitiendo contenidos, dándole al me gusta, like like like... Trump también está en eso, un tipo de su tiempo, publicador compulsivo.

Cuatro cosas más que caracterizan a Trump y que tal vez coincidan con el aire de la época.

1- Velocidad: su irrupción en la presidencia ha sido vertiginosa. Ha firmado un montón de órdenes ejecutivas. Hay medios que las han enumerado, incluso las están valorando, pero no es fácil seguirle. Ni él mismo sabrá lo que ha firmado. Trump ejerce de hombre orquesta o presidente espectáculo, más o menos igual que cualquier persona de este atribulado mundo digital en el que no hay tregua ni descanso.

2- Multitarea: hacer varias o muchas cosas a la vez. La academia insiste en que no se puede, que el ser humano solo puede hacer una cosa detrás de otra, secuencial (aunque no hay unanimidad en esto), y que al tocar muchos pitos es poco efectivo, pues todos quedan a medio hacer. Pero lo hacemos o lo intentamos. Si solo hacemos una cosa nos entra la melancolía, nos venimos abajo. Siempre sobra un trozo de cerebro. Nos autoexprimimos en la dispersión. El scroll infinito es también a lo ancho, en varias o en todas direcciones. Mientras firmaba a toda pastilla esas decenas de órdenes en directo Trump respondía o monologaba ante varios periodistas. Se dirá que la firma es algo mecánico, casi automático, y que se puede ejecutar –sobre todo si es una pena de muerte– con una mano mientras se habla sin parar.

3- Sin filtros: en el estreno de su segundo mandato Trump habla sin frenos, de esto y de lo otro, grandes temas triviales de fondo, invadir o comprar países, islas, canales, chips, lo que sea. Cambiar los nombres de las cosas, los golfos y los cabos (el mayor poder es dar nombre a las cosas). Las ventajas del dadaísmo aparente son que no acaba de saberse si habla en serio, si se ha equivocado o una mezcla de las dos cosas. Calificar una guerra de “ridícula” es una genialidad, un chiste, un programa de gobierno o todo a la vez. El mundo cuántico se está desatando en la Casa Blanca.

4- Barullo: la conjunción de los tres epígrafes anteriores son usos y costumbres ya asentadas en la época y Trump los lleva al exhibicionismo inaugural y les da cuerpo y crea jurisprudencia para que otros, en su estela triunfal, le imiten. Los tres usos descritos –velocidad, multitarea, espectáculo sin filtros– desembocan o implican el cuarto: barullo formidable, confusión de signos y símbolos –el sable en el baile, la pamela canotier– y en un caos que marea y provoca éxtasis y pánico según que lado de la verja te pille.

Hay otro signo de los tiempos que Trump ha estrenado a lo grande: las criptomonedas, que antes detestaba y ahora ama, invierte en ellas y hasta ha lanzado una propia… que ya vale una millonada.

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