Un pueblo puede romperse de mil maneras. Pueden hacerlo sus puentes, sus fachadas... y también puede hacerlo su alma. Cinco minutos en Paiporta son suficientes para sentir todo eso. Caminar por sus calles es recordar que una riada indomable arrasó con todo y se lo llevó todo. Las casas, los coches y muchas vidas (222 solo en Valencia), pero también la alegría y todo lo que un día se daba por sentado. De repente, la certidumbre y el futuro se esfumaron.
Afrontar algo así, ver cómo se desmoronan el presente y el mañana, no es sencillo. Ha pasado un mes de la tragedia, pero las emociones no aflojan, y, por eso, andar por la zona cero estos días -reducida a un mapa de añicos de todo tipo- es cruzarse también con psicólogos voluntarios que buscan recomponer a un pueblo roto. "Lo que se está viviendo es un duelo inmenso. Por un lado, está la pérdida de un familiar, que tiene un impacto enorme. Y por otro, la pérdida de tu rutina, de un coche o de las costumbres, que tampoco es fácil", explica a este medio Susana Martínez, psicóloga de la asociación EMDR, mientras se coloca un chaleco fluorescente antes de que dé comienzo una intervención grupal para ayudar a los afectados. "Todo se resume en 'hemos perdido la seguridad', y eso es difícil de manejar. La incertidumbre es una cosa horrible porque es necesario cierto control en la vida y de repente no hay certeza de nada".
De ese desamparo e inestabilidad hablan precisamente todos los vecinos. Lo dice Loli, de Chiva, mientras mira la que hasta ese 29 de octubre fue su casa: "Estoy muy triste". Pero también lo dice Raquel, de Paiporta, mientras espera un plato de comida caliente en la cola de la ONG World Central Kitchen: "Tengo pesadillas todas las noches y ganas de llorar todo el rato". Y Jaime, de Massanassa: "Perdí a mi padre y el día a día es complicado". Y también lo dice Sonia, de Paiporta, que aún recuerda los gritos de la gente y la "impotencia y culpa de no poder ayudar".
Las consecuencias de parar
Cada uno a su manera se enfrenta al horror de aquella noche y a las consecuencias que trajo consigo el agua, a los síntomas que afloran con mayor intensidad cuando se deja de limpiar y el cuerpo se relaja, o lo intenta. "Cuando paramos es más fácil que aparezcan las cosas que hemos estado reteniendo y de las que hemos estado huyendo, por eso aparecen las pesadillas", explica la psicóloga Susana Martínez, que detalla los síntomas más habituales después de una tragedia como esta.
"Estas personas se quedan como congeladas. Puede haber trastornos del sueño, problemas para concentrarse, para poder reaccionar, una niebla mental que no te deja pensar, problemas para pensar en el futuro… Y también síntomas físicos, gastrointestinales, llanto, irritabilidad… Es el esfuerzo que hace nuestro cerebro para intentar integrar esa información". Es, por entendernos, como si la cabeza hubiera sufrido una indigestión cerebral y necesitara tiempo para procesar y recomponerse. "Cuando comes demasiado, tienes síntomas porque no puedes digerir, ¿no? Pues nuestro sistema nervioso también tiene que hacer un sobreesfuerzo".
Una intervención por fases
Para combatir todos esos síntomas y realidades, el Ministerio de Sanidad anunció la semana pasada la creación de las USME (Unidades de Salud Mental de Emergencias) en las zonas cero de la DANA, pero antes de esta iniciativa ya se habían creado y estaban en funcionamiento otras porque la ayuda psicológica temprana es fundamental en estos casos, como la intervención grupal en la que participa Susana Martínez los sábados y que tiene lugar en el centro de Sedaví.
Allí, un grupo de voluntarias del Colegio de Psicólogos de Valencia, en colaboración con el Ayuntamiento, lleva a cabo sesiones de manera gratuita para ayudar a los afectados. Ellas son expertas en trauma y fue en la última semana de noviembre cuando hicieron el relevo con los especialistas en primeros auxilios. "Los psicólogos de emergencia son superimportantes porque la gente en ese momento está en shock, no saben ni hacia dónde van, están paralizados, por eso la gente dice que en Paiporta iban como zombis por las calles. Esta primera atención recoge a las personas y las orienta".
Con ella coincide Celia Prats, vecina de esa localidad, quien recuerda que esos primeros días el municipio era como "zombiland". Por ello, se lleva a cabo una intervención por fases, y hasta que no concluye la primera (la de emergencias) no se puede empezar la segunda, que sería abordar el trauma con psicólogos especializados en esta materia.
"El trauma se agrava porque la ayuda no ha llegado"
Ellos son los que precisamente subrayan que todas las catástrofes son difíciles de masticar porque nos sacan "de manera sorpresiva e inesperada" de la vida. Es la misma sensación de desorientación que se activa cuando muere un familiar en un accidente de tráfico; es complejo de encajar porque nadie lo espera. Pero esta tragedia cuenta con una peculiaridad que no tienen otras. "Ha afectado a muchos pueblos y a mucha gente, y se agrava porque la ayuda no ha llegado cuando tenía que llegar. Eso es un sobretrauma, porque se esperaba que hubiera una respuesta inmediata y se ha hecho esperar. Eso agrava los síntomas porque añade inseguridad".
En este caso, hay también otro factor que complica el proceso, y es el hecho de que la tragedia no ha terminado, como recuerda Lidia Saturnino, vecina de Catarroja. "Cada día es lo mismo, es el coche, es la casa…", explica antes de romperse por completo. "Las niñas tienen el cole en Valencia y yo trabajo allí, es lo que nos ayuda a airearnos un poco de todo esto", añade. "El problema de una situación así es que no se ha acabado", continúa la psicóloga Martínez. "Hay gente que está sin casa, se han perdido los vehículos, incluso hay gente que tiene desaparecidos. Es una carrera de fondo, no es una carrera de velocidad".
Con esta intervención en la que participa -y que se ha utilizado con víctimas de desastres naturales como huracanes o mismamente durante la covid-, lo que se intenta es que el "sobreesfuerzo" que hacen los afectados sea "más fácil de llevar y que las personas salgan con un nivel de activación más manejable para que puedan ir integrándose poco a poco a la vida normal, a la vida anterior a esta". Pero también para evitar que los síntomas se cronifiquen. "La preocupación hacia el futuro, la sensación de vacío o de pérdida son reacciones normales", continúa Mila Molero, psicóloga y miembro de la junta directiva de la asociación EMDR, "pero, si no se regulan bien, se pueden quedar congeladas y pueden dar lugar a un cuadro de estrés postraumático en los siguientes meses".
Trauma vicario
Hora y media después, la sesión acaba y de ahí sale Iván, vecino de Sedaví, de 37 años y componente de la agrupación de Protección Civil. Él no perdió a nadie esa noche, pero el horror que vivió fue tan inimaginable que aún hoy se rompe al hablar de ello. "Vengo aquí porque desde ese día cualquier cosa me emociona, tengo ganas de llorar todo el rato y pesadillas…", detalla antes de tomar aire un segundo para recomponerse y seguir. "En 30 segundos pasamos de un palmo de agua a dos metros y medio. Si no me llego a dar prisa, también me pilla a mí. Lo estoy llevando mal, pero la sesión ha estado bien, hemos estado cogiendo fragmentos de la película y limándola".
Ese día en en la sala hay todo tipo de perfiles: personas que perdieron a familiares, personas que perdieron casas y coches… y también quienes no perdieron nada pero fueron espectadores de una riada devastadora. "Eso se llama trauma vicario", afirma la psicóloga Martínez, "es cuando a ti no te ha pasado directamente pero has sido testigo de cómo a tu vecino le ha pasado y eso puede provocar una situación de muchísimo malestar y ansiedad porque te das cuenta de que la vida no es previsible".
Los contrastes son también otro de los aspectos más difíciles de digerir, y la provincia de Valencia está llena de ellos. El río Turia marca la diferencia entre dos realidades antagónicas. En la ciudad, no hay barro ni destrucción, allí la vida continúa intacta, pero, al cruzar el puente, el desastre se percibe por los ojos. "Los contrastes son muy traumáticos", continúa la psicóloga, "porque es como si vivieras en una película distópica". Con ella coincide Álex. "En Valencia hay una vida, pero cuando pasas el puente de la rotonda, es como un videojuego, está todo destruido…".
Pegar todos los trocitos de la ciudad y del alma llevará todavía un tiempo. Los pueblos tienen un largo camino por delante para volver a pensar en el futuro y para recuperar la vida que tenían antes de ese 29 de octubre. Por ello, caminar por la zona cero es mirar a la rabia, a la indignación y al dolor, pero también es encontrarse mensajes de agradecimiento a los voluntarios y sábanas en las ventanas de números de psicólogos que ofrecen terapias gratuitas. También es cruzarse con brigadas de ellos en las calles, como en la plaza de Sedaví, donde el grupo de Susana Martínez ayuda a sostener y a recomponer a un pueblo sumido, de momento, en la tristeza y el caos.