"Empecé a consumir pastillas para poder descansar y dormir y, poco a poco, me di cuenta de que las necesitaba para vivir". Miriam, de 53 años, dice ahora esto con seguridad, pero le costó un tiempo ser consciente de que había generado una adicción a las benzodiacepinas, provocada por la sensación de no estar al 100% en ningún ámbito de su vida. Ser exitosa en el trabajo, poder conciliar con la familia, hacer ejercicio regularmente y tener vida social o personal se convierte en un imposible en una sociedad que carga sobre las mujeres una exigencia añadida. No lo dice ella, ni siquiera las expertas, lo dicen los datos: la prevalencia de consumo de hipnosedantes entre mujeres es un 65% mayor que en los hombres y ya hay varios estudios que apuntan a la desigualdad de género como un condicionante clave en el consumo de psicofármacos.
El caso de Miriam es paradigmático, pues la mayoría de mujeres empiezan a tomar ansiolíticos o benzodiacepinas para atenuar una condición que en muchos casos no es médica, sino social y emocional. Y la solución, al final, se convierte en el problema. "Todo empezó porque tenía problemas familiares, estaba saturada de trabajar dentro y fuera de casa y de tener la sensación de no llegar a todo", cuenta a 20minutos. Con dos hijos, la asturiana se vio desbordada por multitud de frentes y acabó cayendo también en el consumo de alcohol para evadirse de su situación. "Era una pescadilla que se mordía la cola, porque los problemas familiares y laborales se acrecentaron aún más, hasta el punto de que mi entonces pareja me amenazaba con dejarme si seguía así", relata.
Al final, confiesa, se le fue de las manos: "Consumía tal cantidad de pastillas que caía desmayada y tenían que ingresarme en el hospital para hacerme lavados de estómago". Acabó siendo derivada a un centro especializado en adicciones, donde, aunque le costó, acabó entendiendo que estaba viviendo con una adicción, de la que pudo salir con atención médica y psicológica y volver a tomar las riendas de su vida.
La única sustancia que ellas consumen más que ellos
De forma general, el uso de ansiolíticos e hipnosedantes ha aumentado considerablemente en las últimas décadas, y España es ya el país del mundo con mayor consumo de tranquilizantes. De hecho, según la encuesta del Ministerio de Sanidad, EDADES 2024, los hipnosedantes, con o sin receta, fueron la cuarta sustancia más consumida en el último año en España, solo por detrás del alcohol (76,5%), el tabaco (36,8%) y el cannabis (12,6%). De todas las analizadas en el estudio, estos medicamentos, que habitualmente se recetan para tratar cuadros de ansiedad o insomnio, son la única sustancia en la que las mujeres presentan un patrón de consumo mayor (14,7%) que los hombres (9,3%). Aproximadamente 456.000 personas iniciaron el consumo de estos medicamentos en los últimos 12 meses anteriores a la publicación del estudio.
Otra investigación de la Universidad de Santiago de Compostela muestra que el uso de estos medicamentos se triplicó entre 2005 y 2022, y que el grupo de población con mayor prevalencia es el de las mujeres de 55 a 64 años, con un 21,4%.
Evitar el dolor con respuestas inmediatas
"Hay una tendencia a la automedicación y parece que vamos a evitar el sufrimiento y el dolor con respuestas muy inmediatas", asegura a este periódico Elisabeth Ortega vicepresidenta de la Red de Atención a las Adicciones UNAD. Según explica, en el caso de las mujeres el consumo problemático de benzodiacepinas y ansiolíticos está muy relacionado con los cuidados y las responsabilidades que siguen atribuyéndose de forma desigual a ellas. Unos roles que se añaden al hecho de que la sociedad sigue siendo todavía mucho más exigentes con ellas. "Partimos de cuidar a los demás y, además, tener un cuerpo bonito, ir al gimnasio, ser súper exitosas en el trabajo, estar muy formadas y tener tiempo para estar al cien por cien en todas las áreas de la vida de una persona", subraya.
El resultado es que, si no se cumplen todas esas expectativas, surge la culpa por no llegar a todo; y de la sensación de culpabilidad nace la ansiedad, la angustia, falta de energía o el insomnio y la desesperación por encontrar algo que lo mitigue. El problema radica en que esa solución, que en la mayoría de casos son los hipnosedantes, no van a la causa, a lo que está generando que las mujeres se sientan sobrepasadas. "Entonces, entramos en un círculo eterno, porque aunque me medique, sigo viviendo y experimentando situaciones que me generan malestar, y paso a automedicarme cada vez más. Y entro en ese bucle del que no soy capaz de salir, porque, al final, el hecho de no tener ansiedad no me está ayudando a seguir cumpliendo con todas esas tareas y con todas esas responsabilidades", incide Ortega.
Las probabilidades se disparan en casos de mayor vulnerabilidad. Haber sufrido violencia de género, sexual, ser pobre o, en definitiva, cualquier trauma, es un factor de riesgo en sí mismo para desarrollar un consumo problemático. "Se convierte en una válvula de escape para no pensar o no exteriorizar lo que han sufrido", cuenta Ortega.
Accesible y normalizada
Coincide con ella Ana Macías, directora técnica de programas de prevención y tratamiento en Fundación Aldaba-Proyecto Hombre Valladolid. Macías asegura que cuando consumimos una sustancia que acaba invadiendo otras áreas de nuestra vida y sin la cual no podríamos llevar a cabo muchas actividades de la vida cotidiana, es cuando se puede estar generando una adicción. Un consumo problemático de ansiolíticos y benzodiacepinas que, además, son fáciles de encontrar y están muy normalizadas. "Cuando hacemos talleres con mujeres nos damos cuenta de que ellas cuentan que empezaron a consumir a través de otras mujeres que les han aconsejado hacerlo. Es el problema de tenerlo tan normalizado. Son igual de adictivas, pero están mejor vistas, porque no te producen un efecto tan notable como podría ser una borrachera y porque en la mayoría de casos se consiguen bajo prescripción médica", asegura.
"Obviamente estos tratamientos tienen un principio y un final, porque si no es cuando se da la adicción", sostiene la vicepresidenta de UNAD, que asegura que hay personas que consumen este tipo de fármacos sin ser conscientes de que existe la posibilidad de que pasen a desarrollar una dependencia. Según Proyecto Hombre, los ansiolíticos y somníferos ocupan el 7% de los consumos problemáticos atendidos a mujeres, frente al 3% de los hombres.
"Una pastilla no quitará el dolor"
El camino a seguir para reducir esa tendencia, según Ortega, pasa por garantizar una intervención más multidisciplinar en la atención sanitaria. "Que haya un trabajo mucho más integrador, más centrado en la problemática, e intentar compaginarlo con otro tipo de terapias", defiende. Pero el problema, denuncia, es que no hay personal médico suficiente para ello. "Y luego creo que hay que concienciar, no solo a la comunidad médica sino a la propia sociedad, sobre el hecho de que una pastilla no te va a quitar el dolor, simplemente va a atajar el síntoma durante un tiempo, pero el problema va a seguir ahí... porque lo que te causa dolor requiere otro tipo de atención", concluye.