San Valentín negro: los crímenes más sonados que se cometieron el Día de los Enamorados

ITER CRIMINIS por Carmen Corazzini

Desde venganzas mafiosas, asesinatos por dinero o arrebatos pasionales. La crónica negra no cesa ni durante el día más rosa del año. Estos son cinco crímenes famosos que marcaron el día de San Valentín.

La matanza de San Valentín

Los felices años veinte estadounidenses resonaban a base de jazz ante un importante crecimiento económico post Primera Guerra Mundial. El crimen organizado había encontrado una perfecta vía de financiación en la burla de la Ley Seca, y en este contexto la mafia tenía nombre propio y se llamaba Al Capone.

La fría ciudad de Chicago acogía disputas de poder entre familias rivales. Los de Bugs Moran y los italianos de Al Capone se rifaban el control del contrabando. Las dos casas heredaron los desencuentros de sus predecesores, y la mañana del 14 de febrero de 1929 se produjo un hito en la puja de poder, tiñendo de rojo el día que más rosa se viste, en una venganza al más puro estilo Scorsese.

Como muchas otras mañanas, aquel día de San Valentín los hombres de Moran acudieron a un almacén a por su cargamento de alcohol. Allí fueron sorprendidos por los de Al Capone, vestidos como policías y a punta de metralleta. Tras vaciar los cargadores, dejaron un reguero de sangre de siete cadáveres.

Un suceso que hoy día sigue sin señalar a sus verdaderos culpables, al menos no a nivel judicial, porque todos saben que lo ordenó Al Capone, pero nadie fue encarcelado por ello. La ya famosa “matanza de San Valentín” marcó un punto de inflexión en la mafia, enfureció a las autoridades en la lucha contra el gran capo, y marcó el inicio del fin de Al Capone, que escogió el día del amor internacional para desatar su odio más íntimo.

El misterio de Patricia Ann y Jesse McBane

El caso de Patricia Mann y Jesse McBane es uno de los misterios sin resolver más notorios de Carolina del Norte. En febrero de 1971, esta joven pareja fue secuestrada, torturada y asesinada en circunstancias que aún hoy permanecen sin esclarecerse.

Todo ocurrió tras el baile de San Valentín organizado en el Hospital Watts donde ella trabajaba. Después de la velada, Patricia y Jesse fueron a un Lover’s Lane, lo que en EEUU o mundo anglosajón se conoce como rincón de amantes, una zona apartada donde acuden las parejas a quererse. Pero jamás regresarían a casa. Familiares y amigos, alarmados por su ausencia, alertaron a la policía al día siguiente.

Una semana después, un individuo descubrió sus cuerpos en un bosque cercano. Ambos estaban atados a un árbol con cuerdas alrededor de sus cuellos y manos. Habían sido cubiertos con hojas y escombros. La causa de muerte se identificó como asfixia por estrangulamiento, pero las evidencias sugirieron que las cuerdas fueron apretadas y aflojadas repetidamente, prolongando su agonía durante horas. También presentaban heridas post mortem por arma blanca en el pecho.

La tortura empleada sugería que el asesino podía tener conocimientos de medicina o control del sufrimiento humano. Se especuló sobre un posible asesino en serie, un médico del hospital, o incluso un oficial de policía. En 2011 el caso se reabrió y, durante la nueva investigación, los detectives lograron identificar a un sospechoso principal. Prefirieron no revelar públicamente su identidad. Debido a la falta de pruebas concluyentes, no pudieron presentarse cargos. Hoy día el caso sigue abierto.

El crimen de San Valentín de Logrosán

El empresario Alfonso Triguero fue asesinado de un disparo mientras dormía en su domicilio. Era la madrugada de la víspera de San Valentín de 2011. Rosa Durán, su mujer, que descansaba en la misma habitación, llamó al 112 asegurando que alguien había entrado en la casa. “¡Me lo han matado!” gritó sin consuelo. Su hijo José Carlos también se encontraba en el domicilio. Pero algo de esa historia del intruso no cuadraba.

Pasó en Logrosán, una pequeña localidad cacereña de poco más de 2.000 habitantes. Cuando las autoridades llegaron a la casa, se toparon con los cajones abiertos y varias pertenencias por el suelo, pero la escena no parecía un verdadero robo. No había señales de cerraduras forzadas, ni huellas de terceros, y el perro no ladró.

Las declaraciones del hijo y la viuda se llenaron de inconsistencias y contradicciones. Se barajó la hipótesis de un robo o un sicario, pero pronto los forenses hallarían restos de pólvora en el pijama de José Carlos y ADN de Rosa en un cartucho. Los indicios apuntaban al parricidio. A la espera del juicio, ambos fueron puestos en libertad provisional con la obligación de presentarse periódicamente en sede judicial. Un día, el hijo no acudió a la cita. Estuvo en busca y captura más de tres meses antes de que fuera interceptado.

El jurado popular lo tuvo claro. Declararon culpable de asesinato a José Carlos y la madre fue considerada autora intelectual. El principal móvil habría sido la venganza de ella contra las infidelidades de su marido y el beneficio económico del seguro. Ambos fueron sentenciados a 17 años y medio de prisión. Pero en enero de 2016 todo cambió. El Supremo absolvió a Rosa. No se consideró probado que hubiese pactado un plan con el hijo. Un hijo que, durante la última etapa del procedimiento, no dudó en acusar a su propia madre para exculparse. De nada le sirvió. Él sigue en la cárcel y ella en libertad.

El "error" de Oscar Pistorius

La madrugada del 14 de febrero de 2013, el atleta paralímpico Oscar Pistorius disparó cuatro veces contra su pareja, Reeva Ateenkamp. Según su primer relato, todo se debió a un error.

Pistorius explicó que la había confundido con un ladrón. Habría escuchado ruidos sospechosos, creyó que se trataba de un extraño y entró en pánico. Cogió su pistola y disparó a través de la puerta del baño, donde aguardaba su novia. Cuando la abrió y vio su cuerpo tendido en el suelo dijo haberse dado cuenta del error, y trató de reanimarla.

La Fiscalía lo consideró un crimen intencionado. La pareja había mantenido una fuerte pelea esa noche. Así lo acreditaron varios vecinos, que escucharon los gritos de ambos. Parte del entorno de Pistorius, además, confirmó que era un hombre celoso, posesivo y con frecuentes ataques de ira.

La casa contaba con numerosas alarmas, detectores de movimiento, perros y seguridad privada las 24 horas. ¿Cómo pudo pensar que un intruso había entrado? La defensa trató de explicarlo, entre otras razones, por su condición de vulnerabilidad y estado de alerta constante. Era habitual que se sobresaltase, solía sentirse indefenso, y no llevaba puestas las prótesis cuando disparó.

El mediático juicio osciló entre la intencionalidad y el error. En 2014 fue declarado culpable de homicidio y fue condenado a cinco años, pero en 2017 la Corte Suprema aumentó la condena a 13 años y cinco meses, al considerar demasiado leve la pena anterior. Desde enero de 2024 Pistorius está en libertad condicional, pero las incógnitas sobre la verdadera naturaleza del asesinato siguen suscitando recelo entre la sociedad.

El caso del doctor Hamilton

El doctor Hamilton presumía de vida perfecta. Llevaba casi 15 años casado con Susan, a quien llenaba de carísimos regalos y vida de ensueño. El 14 de febrero de 2001, la aparente pareja ideal se convirtió en foco de sospechas y habladurías. John Hamilton encontró a su esposa muerta en el cuarto de baño de su domicilio en Oklahoma, golpeada y estrangulada con dos de sus corbatas.

El doctor llamó al 911 y las autoridades se encontraron a John lleno de sangre. Él explicó que se manchó la camisa tras intentar reanimarla. A lo largo de la investigación los agentes descubrieron que aquella pareja perfecta no era tan feliz como parecía. Infidelidades, peticiones de divorcio y numerosas disputas enturbiaban la supuesta relación idílica.

Una vez llevado a juicio, la Fiscalía apuntó a los restos de sangre en la ropa del doctor como principal prueba de culpabilidad. Su defensa, para refutar esa hipótesis, llamó al estrado a un experto en patrones de manchas, Tom Bevel, quien serviría para exculpar al doctor. Bevel confirmó que aquellos residuos podían ser compatibles con la versión del doctor, pero llegado el turno de la acusación, explicó que había algo más en lo que nadie había reparado.

Unas manchas internas a la camisa lo culpaban. “Prestar juramento de decir la verdad prevalece sobre cualquier lealtad que pueda tener hacia un cliente”, diría tiempo después. Así, el forense contratado por la defensa de Hamilton terminó favoreciendo su condena: ese detalle se sumó a otros tantos que probaron que el doctor había matado a su esposa. El jurado popular lo sentenció a cadena perpetua. Entre tantas mentiras y maldades, un ejemplo de honradez, profesionalidad y compromiso con la verdad.

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