La nostalgia

Yo soy de las que pone el árbol mucho antes de este puente que tenemos a las puertas. Desde que me fui de casa de mis padres con 22 años intenté que mis casas provisionales dejaran de serlo un poco con los adornos de Navidad. Pasar tu primera Nochevieja ‘sola’, tu primer Año Nuevo trabajando, levantarte tus primeros Reyes sola es un pelín duro cuando solo tienes 22 años. Hay una enorme tentación de caer en el victimismo y me prometí a mí misma que no lo haría. Estaba cumpliendo un sueño, trabajar en lo que me gustaba, en una televisión nacional, en Telecinco y en informativos. Pero aquellas primeras navidades, como tantas primeras veces, fueron toda una prueba de fuego. Por cierto, aquel primer árbol sigue todavía conmigo. Es el que coloco cada año.

Desde entonces mantengo la ilusión de adornar la casa pronto. Cuando mis hijos eran pequeños tenía una excusa, mantenerles la ilusión, empezar a crear esa magia especial en torno a unas fiestas que ellos vivían también lejos de sus primos y abuelos. Ahora que son casi adultos, tengo que ‘negociar’ cuándo ponemos el árbol en casa. Y sí, me cuesta cada vez más, aunque todavía sigo saliéndome con la mía. A regañadientes de casi todos, pero bueno.

Según un estudio, quienes somos tan absolutamente fans de estas fechas intentamos recordar una de las épocas más felices de nuestras vidas. Y puede que sea así, puede que haya mucho de nostalgia en todo esto. Y esa nostalgia cuesta mantenerla a raya. Cada vez más.

Especialmente cuando en la mesa empieza a haber más de una silla vacía. Especialmente cuando ya no hay la ilusión de unos peques, nerviosos por irse a la cama e intentar coger el sueño antes de que llegue Santa o los Reyes Magos. Estos días me sale una sonrisa cuando escucho por la calle a un niño decirle a su madre que ya tiene escrita la carta, o que ha visto a esos Reyes (unas estructuras de luces) moverse un poquito desde ayer. Echo de menos esas conversaciones tan absolutamente inocentes.

Y ahí estamos los adultos que todavía guardamos un poco de nuestra infancia intentando mantener ese espíritu vivo. No hay seres mágicos que dejan regalos, ya no se trata de eso. Se trata de reencontrarnos, de buscar un espacio, unos días para parar, para estar juntos, para volver a ver a la familia lejana, para pasar tiempo con los abuelos que quedan, en nuestro caso solo ya abuelas…

Podemos llamarlo amor, como ha hecho Kate Middleton en su carta. Da igual. El caso es silenciar todo ese ruido molesto que nos invade y que no nos deja ver más allá. Es tan difícil aislarse en nuestro día a día de todas esas personas tóxicas o comentarios tóxicos que nos roban nuestra energía. Pero al menos, durante unos días, lo intentaremos. Alargando los desayunos, dándonos tiempo para escucharnos, para reírnos. Espero que lo logremos.

Zircon - This is a contributing Drupal Theme
Design by WeebPal.