NostalgIA

Con la esperanza de que la lluvia madrileña no lo empañe ni desluzca, estoy a unas horas de gozar en el festival Brava. Pienso en las ganas que tengo de ver en directo a Aqua, Chenoa y Sophie Ellis-Bextor y reflexiono sobre cómo es vivir con nostalgia en tiempos de inteligencia artificial. Lo que hace diez años era ciencia ficción ahora es nuestra realidad: los coches no vuelan pero aparcan solos. Los artistas son resucitados y proliferan en las redes canciones nuevas de Michael Jackson. Los ABBA cobran a diario por dar conciertos mientras están sentados en los sofás de sus casas.

En estos tiempos revueltos donde amar es más digital que personal y asumiendo que la IA ha llegado para quedarse y revolucionarlo todo… la nostalgia coge fuerza. Los vinilos y los casetes vuelven a las casas y, en algunas, hasta para ser escuchados. Triunfan series como Stranger Things y otras como Perdidos están siendo revisionadas masivamente. Arrasan pelis y libros ambientados en el pasado, como el último de Alice Kellen, que me está cautivando. Los 80 y los 90 dominan nuestra moda con colecciones como la que la marca valenciana Lenifro acaba de presentar en la Semana de la Moda de Londres inspirándose en Milli Vanilli…

Pese al progreso, no dejamos de mirar atrás aferrándonos a lo conocido y yo me siento aliviado al pensar que no cedemos del todo en aras de la comodidad tecnológica. La nostalgia es la resistencia que nos conecta con un tiempo percibido como más simple y humano, pero también es un espejo distorsionado en el que idealizamos un pasado que es ancla. ¿Será una moda programada por un algoritmo?

Pasajera o no, yo he desempolvado mi vieja cámara de fotos digital compacta y me he comprado un móvil de Barbie con tapita y sin internet. No me parece tan mal que la desconexión digital sea una moda. Las tecnologías avanzan, pero ninguna máquina podrá replicar el valor de los recuerdos y emociones que nos definen como humanos.

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