España, esa vetusta nación de comunistas con mantilla, de maduras de derechas sin porvenir vendiendo en pop ups mantones de manila y picos flamencos, y de manteros africanos a la orilla del lago del Retiro de Madrid o en el cauce de la Rambla de Barcelona, está pendiente de que alguien tire de la manta. De Aldama a Bárcenas, de Bárcenas a Aldama, este país siempre está en vilo.
España es ese país de monteras, manteros, pero sobre todos de mentiras, en el que únicamente existe pánico cerval cuando alguien se va de la lengua y descubre la basura hedionda que algunas organizaciones ocultan bajo la manta. La manta española ha servido para cubrir esa corrupción endémica propia del mediocre y del vividor, del profesional de la política.
Es el top manta de la deshonestidad, que unos y otros impúdicamente muestran de manera periódica en este país. En la lógica de manual del corrupto, primero está la negación, luego la derivación de la responsabilidad mancomunadamente a otros compadres de partido y, por fin, el argumento infame de que los otros son más corruptos todavía, como si la comparativa eliminase el delito.
Ha sido siempre así, y así seguirá siendo por los siglos de los siglos en un país que sustituyó al pícaro buscavidas durmiendo en cualquier acera a ras de suelo por el criminal de lujo con cuentas en paraísos fiscales y vacaciones pagadas en hoteles de lujo, beneficiado por amigos con mando en plaza en un ministerio y escaño con voto en la carrera de San Jerónimo.
La corrupción es permanente e inmanente, aunque parezca rotatoria, y mientras el foco se sitúa en unos, se evita que la luz deslumbre al conejo que se esconde en la madriguera de los otros. La corrupción es igualitarista, por mucho que unos y otros se afanen en inclinar la mesa para que no lo parezca. No hay corruptos de izquierda y de derecha. Hay corruptos, sin más.
Hay corruptos activos, corruptos contemplativos, corruptos encubridores y luego están los demás; caraduras sin paliativos que conociendo lo que se urdía bajo la manta que les protegía declararán llegado el caso de manera solemne que no sabían nada. Dejarán a su suerte al corrupto infeliz, un desgraciado que no supo jugar las cartas, pero la vida para ellos habrá de seguir. Son corruptos morales, desaprensivos, que viven de esconderse y de hacerse invisibles, como si se echaran a sus espaldas la manta de Harry Potter.
Así pues, como en los toques de diana, «Quinto levanta, tira de la manta». Pero que no quede ninguna, en ningún armario, para que los que siguen haciendo uso de ella acaben con una manta de arpillera en una celda. De lo contrario, carretera y manta. Y a ganarse la vida trabajando y de manera honrada.