Gordo no hay más que uno

Para los los responsables del Oxford English Dictionary (el equivalente a la Real Academia Española), la palabra que definiría el año 2024 sería “podredumbre cerebral” (brain rot), entendido como “deterioro del estado mental de una persona, como resultado del consumo excesivo de material en internet de contenido trivial”. Complementariamente, para The Economist, el galardón semántico se lo lleva la palabra “kakistocracia”, que no tiene nada que ver con una escatología quevedesca, sino que proviene del griego kakistos (el peor) y kratos (poder). Pues bien, si sumamos ambos reconocimientos, resulta lógicamente que la sociedad más idiotizada está en manos de los políticos más incompetentes.

Pero si cabe una aportación patriótica al repertorio de palabras y frases del año 2024, la oración que debería llevarse el premio carpetovetónico de este país, entre esteladas en el concierto de San Esteve del Palau de la Música de Barcelona y burritos sabaneros para los “máquinas” en la Puerta del Sol de Madrid, es la que pronunció la niña de San Ildefonso en el sorteo de la Navidad: “Un chico que ha dicho que lo cante”. Sencillamente genial, aunque Gordo no hay más que uno, por mucho que un gordo descomunal como “el dandy de Barcelona” montase el numerito en el mismo Teatro Real de Madrid, cantando otro premio gordo que no existía.

Han transcurrido escasas horas desde que Lalachus, la del papo gordo según sus propias palabras, haya dado las campanadas. Sin embargo, todavía hoy colea lo del doble Gordo. No he escuchado a los activistas del “fat pride” criticar la expresión “Gordo de Navidad”, que surgió en 1839 en referencia a un personaje que aparecía en los carteles publicitarios de Loterías, “El Enano Afortunado”, también denominado “El Fanático por la Lotería". Era una caricatura de un hombre bajo y repolludo que vestía un traje orlado con las bolas del sorteo. Es evidente que en los tristes días que vivimos de la banalidad “underground” y del lenguaje oficial “prêt-à-porter”, esa figura no habría surgido.

Intentando ponerme, aunque solo sea un instante, en el lado de los cancerberos del nuevo idioma de la corrección social, no recuerdo en mi vida haber llamado a nadie “gordo” con ánimo de ofender. Es más, no recuerdo haber llamado “gordo” a nadie, por mucho que haya pensado que estuviese gordo. Como tampoco recuerdo que, a mi alrededor, haya habido huestes de energúmenos que hayan salido en estampida contra un hombre o mujer entrado en carnes, más allá del canon de cada época, para llamarle zampabollos, fofo o gordinflón. No dudo que existan imbéciles que se hayan mofado o se mofen de las personas que presentan determinado aspecto físico, pero no se puede transformar el lenguaje por el uso rastrero de unos pocos. Gordos hay, más allá del padre de Peppa Pig, como hay flacos sin remisión. Pero allí están, sin embargo, los nuevos evangelistas del catecismo del buen hablante para decirnos que si utilizamos la expresión “gordo”, aunque sea aséptica y descriptivamente, lo hacemos con ánimo ofensivo. Pues bien, para aquellos idiotas que leen intenciones donde no las hay, que se olviden de mi, y que sustituyan la “gordofobia”, por la “bobofobia”. En fin, a ver si es verdad que este año nos toca el Gordo, pero el de la sensatez.

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