La España exportadora

Dice el refrán que cada uno habla de la feria según le va. En España no siempre es así, no al menos en lo económico. Una encuesta reciente de Funcas constata que la sociedad no percibe los progresos de la economía española y que solo uno de cada cinco ciudadanos cree que el 2024 ha sido un buen año. Lo paradójico del dato es que cuando a los encuestados les preguntan cómo les ha ido en lo personal, más de la mitad afirman que a ellos y a los suyos les fue bien o muy bien. Una divergencia notable entre la realidad y la percepción que es atribuible al ruido político y a la crispación que vive el país. Ese efecto negativo estaba en el fundamento del discurso del rey Felipe VI en Navidad cuando hablaba de la necesidad de rebajar el tono "atronador" de la contienda para poder atender las verdaderas demandas de la sociedad. Un clima político que rebaja las posibilidades de optimizar el buen momento que atraviesa la economía española.

El déficit de credibilidad que padecen los actores políticos hizo que el balance del presidente del Gobierno no pasara de transmitir un ejercicio de autocomplacencia a pesar de que los datos que presentó sobre crecimiento, empleo y control de la inflación fueran incontestables. Datos macro que, resulta obvio, no permean lo bastante sobre la economía micro especialmente en lo que atañe a los jóvenes que cobran salarios muy bajos y tienen enormes dificultades para conseguir una vivienda en la que montarse la vida. Lo de la carestía de la vivienda es una emergencia nacional que exige acuerdos políticos de altura y consensos entre administraciones con carácter urgente.

Que con sus problemas estructurales la economía española vive un momento dulce lo constatan las agencias de rating como Fitch, que en su último informe destaca los puntos positivos que han conducido a protagonizar el mayor crecimiento entre los principales países europeos. Crecer por encima del 3% en 2024 y revisar al alza las previsiones de los próximos cuatro años por encima del 2% es algo excepcional en el conjunto de la UE. La agencia fundamenta el fenómeno en una mayor competitividad por la caída de los costes laborales unitarios en relación con la zona euro, en la resiliencia de la industria española gracias a la bajada de la electricidad tras la crisis energética frente a otros mercados con menos renovables y, por encima de todo, en la subida de las exportaciones de bienes y servicios.

Merece la pena detenerse en este último vector porque su comportamiento está siendo realmente espectacular. Nuestras empresas han aprendido a competir en el exterior de tal manera que esas ventas alcanzan ya un peso en el PIB muy próximo al 40% superando con creces a Francia, Italia e incluso plantándole cara a Alemania. Exportamos bienes y servicios turísticos y no turísticos de alto valor añadido, un tipo de productos muy poco vulnerables a las guerras comerciales que se atisban por la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca.

Crecer por encima del 3% en 2024 y revisar al alza las previsiones de los próximos cuatro años por encima del 2% es algo excepcional en el conjunto de la UE

España le ha pegado un enorme empujón a sus exportaciones manteniendo estables sus importaciones de forma que, según el último balance anual, ha realizado ventas en la Unión Europa, nuestro principal mercado, por valor de 350.000 millones de euros y compras por menos de 270.000 millones. Un saldo positivo de 83.000 millones de euros inimaginable hace apenas tres o cuatro años. Tenemos por contra debilidades que hay que esforzarse en corregir, la productividad sigue siendo baja y el marco regulatorio frena la inversión, como advirtió el Banco Europeo de Inversión. La misma institución que denunció los efectos negativos que para nuestra economía tiene el clima político. Un poco de patriotismo, del de verdad, sería de agradecer.

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