No pasará de moda

Hasta hace muy poco las voces de los niños de San Ildefonso marcaban el inicio de la Navidad. El sorteo de la lotería y el premio gordo significaban que ya estábamos en el periodo navideño. Ahora todo empieza mucho antes con el encendido de las luces navideñas en las ciudades, especialmente desde que los alcaldes se han vuelto majaras compitiendo frenéticamente por el número de bombillas; para los más jóvenes, el banderazo de salida son los superdescuentos del último mes de noviembre –el famoso Black Friday– y, para los devotos, con la llegada del Adviento cuatro semanas antes del 25 de diciembre. Incluso algunas tradiciones quedan en el olvido, como poner el nacimiento en el puente de la constitución, no por la carta magna, sino por la celebración el 8 de diciembre de la Inmaculada.

Pero más allá de cuándo empiezan estas fiestas, lo que nunca cambiará son las cosas que pasan y sentimos en Navidad. Nadie podrá quitarnos el gusto de ese olor a chocolate caliente el día de Reyes, esa cálida nostalgia de oír un villancico –sea anglosajón, castellano o flamenquito– o la alegría del reencuentro con las que personas que quieres y hace mucho que no ves, aunque acabes discutiendo con ellos a los diez minutos.

Se olvidará el origen de la Navidad, pero no los valores que la inspiraron, que siguen muy presentes hasta en aquellos que repudian la palabra y la transforman en eufemismos variados. Seguiremos haciendo regalos a quien lo merece, como lo hicieron hace dos mil años los pastores al Niño Jesús; seguiremos convocando a los más cercanos en el calor del hogar, al igual que San José y la Virgen María buscaron la calidez del establo de Belén; seguiremos celebrando con alegría la vida, que somos supervivientes del año de turno, exactamente de la misma manera que el Niño Dios sobrevivió a Herodes y su matanza de inocentes.

Pasarán muchas cosas, pero jamás pasará la chispa en la mirada de los niños cuando se acercan estas semanas, las lágrimas en los ojos de los padres y abuelos al ver a los que solo vuelven ahora, el salivar de esa mesa puesta con tantos manjares, el frío polar que recuerda la suerte de tener un hogar y una familia –sea de sangre o de afectos– y la sana pereza de saber que no hay que levantarse pronto, aunque sea durante un par de días.

Sonará en tu casa el discurso del rey, el programa de humor con sus risas desternillantes o la mezcla de canciones superventas, pero habrá siempre una banda sonora de la Navidad muy diferente a otros momentos del año, una melodía que mezcla alegría, bondad y melancolía. Harás desplazamientos kilométricos con muchas o pocas ganas, te arrepentirás o no de haber ido a esa cena familiar, apoyarás o te encenderás ante el que siempre despotrica de estas fechas… pero eso seguirá siendo así. Seguirá siendo la Navidad, da igual que no tengas el regalo que esperabas o el décimo premiado o que no puedas ver a quien amas porque siempre habrá otra Navidad para ello.

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