El fiscal que asestó el mayor golpe a la Cosa Nostra: "Estoy envejeciendo sin el antiguo temor a no llegar a viejo"

Hubo una época en el que el fiscal Giuseppe Ayala (Caltanissetta, Italia, 1945) tenía motivos para temer que lo asesinaran, hasta el punto en que, visto el fatal destino que habían corrido algunos de sus compañeros, se tuvo que resignar a vivir escoltado. Una época en el que el miedo estaba a la orden del día porque Ayala, junto a otros compañeros que efectivamente pagaron la hazaña con su vida, encabezó el pulso del Estado italiano con la Cosa Nostra y lo ganó. Ahora, casi cuarenta años más tarde, el fiscal italiano revisa aquel tiempo que culminó con el encarcelamiento de 360 mafiosos y confiesa, en conversación con 20minutos, que está envejeciendo "sin el antiguo temor a no llegar a viejo".

La entrevista tiene lugar a raíz de la publicación de su obra 'Quien tiene miedo muere a diario' (Gatopardo), que estará en las librerías de España este 24 de febrero. Las memorias narran la hazaña de unos cuantos jueces y fiscales que decidieron luchar contra la Cosa Nostra con un afán y una seriedad sin precedentes. Al culmen de aquello se lo conoce como 'el maxiproceso': un juicio que sentó a 475 mafiosos en el banquillo y que terminó con la cadena perpetua para 19 capos de la Cosa Nostra.

Fue un golpe inédito a una organización criminal que por aquel entonces gozaba de un envidiable estado de salud e infiltraba sus tentáculos en los engranajes del Estado italiano. Un proceso judicial narrado por Ayala en este libro, que resuena como un homenaje a sus compañeros caídos y un recordatorio de que "la mafia está condenada a tener un final" pero "aún nos queda bastante".

A sus 28 años, Giuseppe Ayala tenía "muchas ganas de tomar partido en favor de la Sicilia que luchaba contra la mafia" y decidió abandonar su carrera de abogado para convertirse en fiscal. Llegó a la Fiscalía de Palermo en 1981. Aún no lo sabía, pero iba a presenciar e involucrarse en una transformación radical en la investigación judicial que impulsaría el juez Giovanni Falcone, con quien Ayala trabaría una intimísima amistad. La relación de Sicilia con la mafia cambiaría para siempre con el maxiproceso.

En palabras de Ayala, se trataba de utilizar "las herramientas habituales" que ofrecía la ley, "pero adaptándolas a una nueva concepción del fenómeno" del crimen organizado. El magistrado Falcone cayó en la cuenta de que los tribunales italianos estaban persiguiendo a una organización internacional investigando hechos aislados y sin salir del territorio nacional, lo que le llevó a hacerse la pregunta del millón: "¿Era suficiente con investigar en Palermo, en Sicilia, en Italia?".

Falcone concluyó que "si la heroína termina en Estados Unidos y se paga en dólares, no queda más remedio que buscar dónde terminan esos dólares". Esto supuso dos planteamientos novedosos: investigar más allá de la frontera y no limitarse a perseguir la droga, seguir también "el rastro del dinero". Las diligencias bancarias se convirtieron en el eje de las investigaciones.

Aunque hubo compañeros, como el propio Giuseppe Ayala, que abrazaron la revolución del "método Falcone", muchos otros la ridiculizaron hasta el punto de acusar al magistrado de hacer "turismo judicial". Tal y como explica el fiscal Ayala a lo largo de la obra, las críticas de los propios compañeros acabaron reproducidas también en determinados medios que cargaron las tintas contra aquel grupo de magistrados que estaba cambiando la forma de hacer las cosas.

El reto era tremendo, la carga de trabajo era inasumible y había una máxima que debía respetarse, tal y como recuerda a día de hoy Ayala: "El Estado, en esta batalla, no puede jugar sin respetar las estrictas reglas del derecho".

El pool antimafia, el equipo ideado por Rocco Chinnici que se hizo cargo de la investigación, estaba compuesto por Falcone, Ayala y por los magistrados Paolo Brosellino, Leonardo Guarnotta, Peppino Di Lello, Gioacchino Natoli, Ignazio De Fancisci y Giacomo Conte. Llevaron a cabo un arduo trabajo de investigación en estricto secretismo hasta que el 29 de septiembre de 1984, con una repentina urgencia que obedecía al temor a una inminente filtración, ordenaron detener a 366 criminales. Dos meses y medio de preparación habían precedido a la "redada de San Michele", a la que Ayala califica como "la operación antimafia más importante del siglo XX".

Lo que siguió fue otra tarea titánica, consistente en interrogar a los centenares de detenidos en un plazo de 15 días. La seguridad en torno a Ayala y los demás se multiplicó a partir de aquel momento, tal y como relata el fiscal: "Los hombres de la escolta eran ahora seis e iban con las armas desenfundadas y los habituales chalecos antibalas". Cuando llegó a su casa, al término de los interrogatorios, Ayala se encontró "un blindado frente a la puerta principal", y "ni un solo coche en un radio de al menos cien metros". Serían un total de 18 años y seis meses rodeado de escolta, que lo salvaron a él, pero no a muchos de sus compañeros.

Tras la redada de San Michele se produjeron más detenciones y más interrogatorios, hasta que llegó el momento de redactar el escrito de acusación, que se prolongó durante unos dos meses de trabajo materializado en 4.000 folios, la mitad de los que aglutinó finalmente el sumario de la causa, que contaba 475 acusados.

Si la complejidad de lo que había que juzgar no tenía precedentes, tampoco los tenían las medidas de seguridad en el juicio: hubo que construir un búnker que albergaría la sala de vistas, repleta de mafiosos, abogados y prensa internacional. Fueron 349 sesiones, 1.820 horas y 666.000 folios de documentación. Una vez concluidas las vistas y los 35 días de deliberación posterior, el 16 de diciembre de 1987 llegó la sentencia: se decretaron, en total, 2.665 años de cárcel.

El pool antimafia claramente había ganado la batalla, pero no había acabado la guerra. Meses antes del juicio, el testigo clave había lanzado una oscura profecía que más tarde se cumplió en parte. Se trata del mafioso Paolo Buscetta, que auguró, dirigiéndose a Falcone y Ayala: "Estáis destinados a que os asesinen, pero durante el maxiproceso no harán nada por miedo a la reacción del Estado".

Fue, efectivamente, una vez concluido el juicio, cuando en 1992 la mafia logró acabar con la vida de Falcone. Ocurrió mientras el magistrado viajaba de Roma a Palermo, haciendo saltar por los aires un coche en el que habría estado también el propio Ayala, de no ser por un cambio de planes de última hora. "A las 17.59 de aquel sábado, quinientos kilos de trilita segaron cinco vidas y la dignidad de este país. Yo tendría que haber estado allí", se lee en las líneas de 'Quien tiene miedo muere a diario'.

No pasaron dos meses desde aquel trágico atentado cuando Ayala tuvo que contemplar el siguiente ataque, del que fue víctima el juez Paolo Borsellino, a apenas 200 metros del domicilio del fiscal. Han pasado décadas y, según cuenta Ayala a este periódico, "lamentablemente, la infiltración de la mafia en sectores de la política, la administración pública y el empresariado sigue siendo una realidad". Una realidad "menos intensa que antes", es cierto, pero tal y como describe el fiscal, "el partido aún está amañado".

Este febrero, la mafia siciliana fue objeto de la redada más importante desde los tiempos de Giovanni Falcone: más de 1.200 agentes detuvieron a 183 personas en una sola noche en una operación que ha arrojado luz sobre la oscuridad en la que se ha resguardado la organización en las últimas décadas. En alusión a este asunto, Ayala comenta que la Cosa Nostra ya "no goza de buena salud", se ha abandonado "el terrorismo mafioso" y la organización ha retornado a "la tradicional clandestinidad".

El lugar predominante que antes ocupaba la mafia siciliana ahora corresponde a la 'Ndragheta, organización criminal calabresa, y aunque la situación no es la misma que la de los años de plomo, la extinción del crimen organizado en Italia parece lejana. Ayala lo explica con esta metáfora: "Las relaciones entre las instituciones del Estado y la mafia se parecen a un partido de fútbol que no se ha ganado por la sencilla razón de que nunca se ha jugado en serio, porque el color de las camisetas ni siquiera permite diferenciar claramente entre las fuerzas enfrentadas".

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