El deber de defender a Europa

"Una buena bandera lo tapa todo", rezaba la leyenda de aquella viñeta genial de El Roto que venía a caracterizar el patriotismo asilvestrado como el último refugio de los canallas. Y, sin embargo, necesitamos emplearnos a fondo en la tarea de construir un patriotismo constitucional europeo, en línea con las propuestas de Habermas. Porque la adhesión a los valores en que se basa la Unión Europea incluye el deber de defenderlos, dado que las libertades sabemos que están sometidas a la erosión de los agentes de la intemperie y necesitan de una permanente vigilancia para detectar cualquier deterioro y acudir con inmediatez a solventarlo, además de que como señala nuestro autor: "Si cuidamos la libertad, obtendremos de regalo la verdad". La cuestión es, a su parecer, que mientras los ciudadanos europeos mantengan la atención fija en sus gobiernos nacionales como si fueran los únicos actores en el escenario europeo, seguirán viendo los procesos de decisión como juegos de suma cero, en los que los actores propios tienen que imponerse a los ajenos.

La Constitución y el Tratado de la Unión Europea enumeran con precisión los derechos de los ciudadanos españoles y europeos y esa enumeración nos confirma la superioridad de nuestro sistema, pero falta la mención a los deberes que hemos de atender. Veamos, por ejemplo, que el artículo 30 de la Constitución afirma de modo tajante que "los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España" y que la ley fijará las obligaciones militares de los españoles y regulará las exenciones al servicio militar obligatorio. Pero bastó que compartieran un viaje en tren el candidato electoral del PP José María Aznar y su entonces periodista de cabecera Pedro José Ramírez para que de ese encuentro surgiera como propuesta estrella de la campaña la abolición del servicio militar obligatorio, sin haber ponderado previamente las consecuencias que se derivarían de pasar de las Fuerzas Armadas de recluta obligatoria a otras reclutadas por la paga.

Claro que semejante frivolidad ya venía anticipada por la actitud de los partidos que se autodefinían de izquierda y consideraban un signo de distinción mostrarse contrarios al cumplimiento de ese servicio y brindaban su amparo a cuantos quisieran zafarse del mismo como si ese proceder fuera un mérito que puntuara a favor. Se ha considerado que el fin de la amenaza comunista desinhibió al capitalismo occidental y desencadenó un triunfalismo que resultó fatal porque "el sentimiento de que la historia mundial acaba otorgándole a uno la razón provoca un efecto seductor".

Volvemos a Habermas en su ensayo sobre la constitución de Europa para subrayar que "en la vida política de un ciudadano se superponen muchas lealtades, que se pueden valorar individualmente de forma muy diferente: entre otras, los lazos políticamente relevantes con la región de origen, con la ciudad o la provincia del correspondiente lugar de residencia, con el país o la nación, etc.". Solo en casos de conflicto se actualiza el peso que se concede a cada una de esas lealtades, utilizando como un criterio para medir la identificación con una u otra entidad la disposición a hacer sacrificios sobre la base de una reciprocidad a largo plazo. Esa disposición es la que se ofrece en la jura de bandera del propio país. Nadie ha jurado la bandera de la Unión que está limpia de sangre porque ningún soldado ha sido enterrado con ella. La Defensa de Ucrania va a plantearnos ahora esa exigencia. Veremos.

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