Una orquesta, un coro, una escenografía a varias alturas e, incluso, un tablao flamenco. No faltó ningún detalle en el "concierto más grande" de su carrera hasta la fecha, pero tampoco sobró artificio. Y es que tan solo su voz al piano bastaba para envolver al público madrileño en la magia de su mundo, invitándolo a perderse en la intimidad de su habitación.
"Voy a cruzar un puente largo. No sé si hay alguien al otro lado", cantaba Amaia, desde un cubículo blanco, en los primeros acordes de Visión, el tema de apertura de su tercer disco, Si abro los ojos no es real (2025), y con el que, cómo no, dio inicio este domingo, 23 de febrero, a una noche histórica para ella: su primer sold out en el Movistar Arena de Madrid.
Una auténtica hazaña musical que llega casi ocho después de su victoria en Operación Triunfo 2017, y apenas dos desde que logró llenar la pista del entonces Wizink Center con su anterior gira. "Estoy muy contenta y un poco abrumada", confesaba la de Pamplona tras regalar una pequeña muestra de lo que le esperaba a quienes aún la aguardan "al otro lado", con canciones como Tocotó, Magia en Benidorm y Quiero pero no.
Aunque poco queda ya de aquella joven de 18 años que tenía miedo de volver a los infiernos, lo cierto es que su su esencia sigue, de algún modo, intacta. Con un derroche constante de talento e ilusión, de técnica vocal e inocencia, la artista interpretó otras joyas de su discografía como La vida imposible, Dilo sin hablar y Nanai, la cual supuso el cierre del primero de los cuatro actos en los que se dividía el setlist del concierto.
Aun así, no hubo que esperar mucho tiempo para la primera gran ovación de la noche. Su impecable versión al piano de Me pongo colorada de Papá Levante logró cautivar a los asistentes, quienes, en adelante, se dejaron llevar por la propuesta onírica de la artista. Una viaje emocional que transitó entre la vida y la muerte (C'est la vie, Ya está, Despedida), pero también se detuvo en el amor que experimentamos por el camino, como en el caso de Auxiliar, dedicada a su madre, y Fantasma, a su abuela.
Por su parte, Santos que yo te pinte, el tema de Los Planetas que rescató en su segundo álbum, Cuando no sé quién soy (2022), volvió a cautivar el público, a la vez que reflejaba su propia madurez artística, marcada por la seducción, la teatralidad y la improvisación de sus movimientos sobre el escenario. Allí, sin titubeos ni errores, la cantante se atrevió a explorar todo tipo de instrumentos—incluida una cajita de música y un arpa—y a, incluso, taconear con fuerza sobre un tablao.
No obstante, su afianzada presencia escénica no impidió que, en algunos momentos, aflorase su faceta más divertida y espontánea, como cuando recogió, emocionada, un ramo de clavales que le lanzaron sus seguidores. "¡Muchas gracias! No voy a leer la nota que si no perdemos mucho tiempo", comentaba Amaia, quien, para entonces, ya había levantado de su asiento al público al ritmo de Yo invito, El relámpago y Nuevo verano.
Un esperado reencuentro
En el cuarto y último acto del concierto, la euforia de los asistentes no hizo más que crecer con los temas más bailables del disco, Giratutto y M.A.P.S. -una de las favoritas de sus seguidores-, si bien el clímax de la noche llegó cuando la navarra gritó a pleno pulmón el nombre de Aitana en mitad de la actuación de La canción que no quiero cantarte.
Un dúo tan inesperado como esperado junto a la fuera su compañera y gran amiga en OT que supuso su reencuentro sobre los escenarios y la primera vez que interpretaban en vivo su canción juntas. "Estoy superorgullosa de todo lo que estás consiguiendo y es increíble que hayas llenado un Wizink", expresó la catalana con admiración, a lo que Amaia, con su naturalidad habitual, le respondió entre risas: "Pues anda que tú, guapa…", en referencia a su arrollador éxito.
Otro de los momentos más memorables de la noche de la noche fue su inédita versión de Zorongo gitano en homenaje a Federico García Lorca, donde, una vez más, logró convertir lo difícil en algo sencillo. Sin embargo, aún quedaba algún que otro as bajo la manga para despedir a su público con el mejor sabor de boca, de la mano de temas como Quedará en nuestra mente y de su folklórica Yamaguchi, en la que Víctor Martínez, director musical del concierto, la acompañó a la guitarra.
Para poner el broche de oro, la artista, arropada por un imponente coro, le cantó al amor en Tengo un pensamiento, a la que siguió Bienvenidos al show, que, paradójicamente, marcó el final de un espectáculo de casi dos horas que, para muchos, se sintió como un fugaz chasquido de dedos. Un sueño efímero del que será difícil despertar, que invita a cerrar los ojos con la esperanza de que lo vivido siga siendo real.