Una pequeña acequia corta el huerto a la mitad y sobre las hojas de las hortalizas se alza un espantapájaros. Los bloques de viviendas que se alzan al fondo rompen con la ruralidad de la estampa y el pañuelo que la escuálida figura lleva al cuello terminan de confirmar que no estamos en el campo. Sobre la imagen de una calavera se lee: "Vallekas". Estamos en un huerto, sí, pero en pleno corazón de Madrid.
José Luis Fernández Casadevante (Madrid, 1978), conocido por todos como Kois, hace de anfitrión y va explicando qué hortalizas están plantadas en cada terreno. También relata cómo se instalan los bancales, horadando unos 20 centímetros en la tierra infértil de este solar urbano y rellenándolo con otra tierra propicia para el cultivo. Él ni siquiera participa en este huerto, pero tiene pleno conocimiento. Forma parte del movimiento desde sus inicios, hace casi dos décadas.
"En Madrid, los primeros huertos urbanos surgen en 2006 o 2007 en el barrio del Pilar. Un grupo de vecinos se juntaron para limpiar un espacio interbloque abandonado y degradado y lo convirtieron en un jardín comunitario con huerto. Fue una experiencia muy pequeñita, muy localizada, pero que nos inspiró a mucha gente", recuerda Kois, que formó parte activa del segundo huerto urbano de la ciudad, el de Pacífico, al que sigue vinculado desde entonces.
Desde entonces y especialmente tras la explosión que supuso el 15-M en los barrios, el movimiento no ha hecho más que crecer fuertemente vinculado a las asociaciones vecinales. En 2012, la red de huertos urbanos de Madrid fue reconocida por la ONU-Habitat y, dos años después, se concluyó el proceso de regularización de estos espacios, actualmente autorizados por el Ayuntamiento y que ascienden a 60 y creciendo.
Con toda esa experiencia en la mochila, Kois publica ahora su libro Huertopías. Ecourbanismo, cooperación social y agricultura (Capitán Swing) en el que este activista presenta distintas experiencias de agricultura urbana a lo largo y ancho del planeta para defender este movimiento como mucho más que una forma de producir alimentos en la puerta de casa. Los huertos urbanos son, para Kois, un esbozo de lo que podría ser una utopía urbana muy distinta a lo que proyectamos cuando pensamos en el futuro de las megaciudades.
"Estamos en un contexto cultural de monocultivo distópico, parece que no hay alternativas, que estamos abocados a la catástrofe y tenemos mucha capacidad para coger los peores rasgos de nuestro presente, proyectarlos al futuro y construir sociedades aterradoras y sin embargo no somos capaces de hacer el ejercicio inverso, que es un poco lo que yo planteo sobre todo en el campo de la agricultura urbana", explica Kois, bajo una pequeña carpa en el Huerto Utopía de Puente de Vallecas. "La agricultura urbana no solo nos habla de producir alimentos, no solo nos habla de renaturalizar las ciudades, nos habla de juntar personas sobre todo. Nosotros hablamos de rehabilitación relacional, es decir, de construir vínculos y de cohesionar comunidades".
"La agricultura urbana no solo nos habla de producir alimentos, no solo nos habla de renaturalizar las ciudades, nos habla de juntar personas"
Un espacio abierto
Entre los distintos bancales del huerto vallecano, que se reparten la asociación vecinal de Puente de Vallecas, el Secretariado Gitano, algún colegio y vecinos de manera individual, pasea Pablo, uno de estos últimos. De tanto en tanto inclina la espalda y arregla alguna rama o realiza alguna labor sobre las hortalizas de invierno que están ahora plantadas. La puerta del terreno permanece abierta, si hay un solo usuario, el huerto es un espacio público de libre acceso.
"Se vela porque estos proyectos no sean como clubs privados, un grupo de gente que diga: 'Como yo no tengo jardín, me quedo un trozo de estos para mí'. Sino que hay que cumplir una suerte de compromisos comunitarios, horarios de apertura públicos o una cláusula que nos gusta mucho que es que cuando hay alguien del huerto, el huerto se convierte en un espacio público, aunque sea gestionado de forma comunitaria, cualquier persona tiene derecho a andar, a dar un paseo, es decir, no es un espacio vetado a que cualquiera pasee por él", explica Kois.
Esos compromisos forman parte de los acuerdos que las asociaciones vecinales que gestionan los huertos firman con el Ayuntamiento de Madrid a cambio de que este les ceda parcelas municipales para el huerto. Este modelo, que lleva funcionando con éxito durante una década, es, según lamenta Kois, una excepción en las políticas urbanísticas de la capital incluso de jardinería o de medio ambiente. La red de huertos urbanos sigue siendo un pequeño oasis en el creciente desierto de asfalto que es Madrid.
"Hoy solo tenemos las pequeñas semillas, pero si las cuidamos no es descartable que pudiéramos ver árboles", defiende Kois, que reclama un papel más activo por parte de las administraciones públicas a la hora de cambiar el modelo de ciudad en el que vivimos. "Pensar una transición ecosocial desde la ciudad nos va a requerir cambios personales, va a requerir de dinámicas colectivas, y ahí los huertos pues nos ayudan, y luego las políticas públicas, que tienen el grueso estratégico sobre todo en temas de planificación urbana o de medidas que son vertebrales. Al ecologista no le tienen que dar la concejalía de Medio Ambiente, le tienen que dar la de Economía o la de Urbanismo, porque si no, al final, estamos defendiendo las macetas y no una política que realmente sea ambiciosa e integral".
"Al ecologista no le tienen que dar la concejalía de Medio Ambiente, le tienen que dar la de Economía o la de Urbanismo"
Cárceles, terapias y bibliotecas
Si una ciudad ha destacado por esta transición en los últimos años en Europa ha sido París. La capital francesa, que tiene una población de 2 millones de habitantes sin contar su cinturón metropolitano, está en plena transformación de sus calles. El Gobierno municipal dirigido por la socialista Anne Hidalgo ha apostado por la creación de una tupida red de carriles bicis hasta hace poco casi inexistentes en la ciudad. También está tratando de incorporar el máximo de vegetación hasta en las azoteas de los edificios para combatir las durísimas olas de calor que han golpeado al centro de Europa en los últimos veranos. Los huertos urbanos, también han tenido un protagonismo capital en este proceso renaturalizador de París.
"Han tenido casos con muchos muertos, con una incidencia en temas de salud pública muy grandes. Y ahora están desasfaltando calles, renaturalizando entornos alrededor de los colegios, y están levantando asfalto y plantando árboles en un montón de calles en todas las zonas de la ciudad, no solo en el centro", explica Kois, que en su libro hace un repaso por proyectos de agricultura comunitaria en muy diversos entornos como prisiones o estadios abandonados, iglesias, cementerios o colegios.
"El huerto puede servir para complementar un montón de infraestructuras urbanas, es decir, que hay un montón de espacios dentro de la ciudad que podrían seguir manteniendo su actividad principal pero verse transformados y ofrecer más soluciones"
"Los huertos nos pueden servir para un montón de cosas y cómo son dispositivos multifuncionales ayudan a complejizar y complementar a otros equipamientos públicos", defiende el activista medioambiental. "En Madrid mismo tenemos ya centros de salud comunitaria o bibliotecas que tienen huertos. El huerto puede servir para complementar un montón de infraestructuras urbanas, es decir, que hay un montón de espacios dentro de la ciudad que podrían seguir manteniendo su actividad principal pero verse transformados y ofrecer más soluciones a muchos problemas que tenemos en la ciudad si incorporamos la agricultura como una actividad que se puede desarrollar en ellos".
Megalópolis distópicas o 'huertopías'
Imaginar así la ciudad del futuro choca con la proyección habitual distópica y desasosegante que se plantea en el cine, en la literatura y hasta en el debate académico. ¿Estamos abocados a vivir en megalópolis de millones o decenas de millones de habitantes completamente desconectados de la naturaleza salvo cuando salen de excursión? Kois cambia la ecuación y se pregunta si ese futuro es siquiera posible. ¿Hay realmente una alternativa hacia una transición ecológica en las grandes ciudades?
"La ciencia nos dice que vamos a vivir inevitablemente en un futuro con menos recursos, menos energía y en entornos ambientalmente más adversos. Eso es una certeza que tenemos. ¿Qué tendrían que estar haciendo nuestras ciudades si este es el futuro al que nos estamos abocando?", se pregunta el autor madrileño, que menea la cabeza ante la mera perspectiva de un "Madrid DF" que siga atrayendo población de manera incesante y que busque competir económicamente con el resto de megaciudades del planeta.
"Me parece una quimera, creo que hacemos muchas veces proyecciones de escenarios de futuro continuistas sin tener en cuenta que, en entornos ambientalmente cada vez más adversos, a lo mejor, esas tendencias no se cumplen y realmente vamos a otro tipo de escenarios en los cuales las propias ciudades sufran procesos disruptivos y no lineales como ocurrió en Detroit", plantea Kois. "¿Qué ha salvado a Detroit? La agricultura urbana, la participación ciudadana y que la gente que se ha quedado ha transformado la ciudad y ahora tienen unos umbrales de autosuficiencia alimentaria enormes, unos circuitos ecológicos de producción y distribución muy interesantes. Entonces ¿por qué nuestro escenario es ponernos en los nueve millones de habitantes y no en un escenario de crisis abrupta en la que todo eso fuera la solución?".