En la montaña de libros pendientes de lectura logré rescatar el pasado fin de semana el manual del ex primer ministro británico Tony Blair, Con liderazgo. Lecciones para el siglo XXI. Aunque hoy no es una figura muy querida en la izquierda, pues se le sigue juzgando con severidad por la desastrosa guerra de Irak, su liderazgo entre 1994 y 2007 fue enérgico, visionario y pragmático, lo que permitió al decaído laborismo superar la hegemonía thatcheriana, obteniendo grandes victorias electorales.
Tras su marcha de Downing Street, creó el Instituto por el Cambio Global, que asesora a gobiernos y líderes políticos en más de 40 países del mundo. Blair no está retirado de la vida pública, y este libro es también prueba de ello. En España, sin embargo, no se le ha prestado mucha atención, si bien hay pasajes que los asesores de Pedro Sánchez seguro habrán resaltado.
Particularmente, en lo relativo a la comunicación y a la gestión de los escándalos, el libro conecta muy bien con nuestra actualidad. Hay un capítulo que se titula Evita la paranoia, aunque vayan a por ti, tras el que es imposible no pensar en las palabras de Sánchez el día de la Constitución en que afirmó ser víctima de «una estrategia política, mediática y también judicial contra él y su entorno más próximo». Blair constata que todos los gobiernos sufren escándalos de un tipo u otro.
A diferencia de una dictadura, donde pueden ocultarse, en democracia, a medida que ganan fuerza, pueden consumir mucha energía, «distraer y distorsionar la agenda gubernamental, y dejar al líder frustrado y agotado». Que es lo que le pasó al presidente español en abril pasado cuando, durante cinco días de reflexión, pareció que iba a tirar la toalla. Nadie ha llegado a ser líder sin algún tipo de lucha, por lo que, desde el momento que alcanza la cima, hay grupos de personas que intentan echarle del poder. Sobre ello, el líder del PSOE escribió un famoso manual de resistencia.
«A veces equívocamente, a veces con razón, van a por ti», escribe Blair. Y eso conduce a un «alto potencial de paranoia», lo que resulta «malo para el gobierno, malo para la toma de decisiones». Ahora bien, es necesario, aclara, hacer una distinción entre escándalos auténticos, que sacan a la luz corrupciones o conductas poco ejemplares en su entorno, y que tienen potencial de hacer caer al líder, y otros que son inventados o manifiestamente exagerados a partir de hechos triviales.
En el caso ahora mismo de Sánchez, asistimos a una mezcla entre ambos, que solo el tiempo dilucidará, sobre todo cuando deje el cargo. La mayoría de las acusaciones que hoy se lanzan seguramente se desvanecerán, y de su mandato, que está lejos de acabarse, solo quedarán los logros o fracasos reales.