Tuvimos el pasado fin de semana el 41º Congreso Federal del PSOE en Sevilla, antes de su inauguración había quedado resuelta, sin problemas, la reelección del Secretario General y la de la Comisión Ejecutiva. Enseguida se vio que quienes llegaban a la capital andaluza habiendo probado su adhesión inquebrantable al sanchismo eran renovados ipso facto en sus puestos de mando, mientras que aquellos otros en los que se habían detectado síntomas de falta de calor en el elogio a Sánchez iban siendo retirados sin más de la competición jerárquica. En todo caso, en las intervenciones congresuales se echaba a faltar el punto de vista del delincuente, que siempre prefiere comparecer bajo "apariencias normales", las mismas de las que se reviste el ladrón que no escapa corriendo, sino caminando, sin acelerar, como el resto de los transeúntes al modo en que lo hacen espías, terroristas, agentes dobles o de las sociedades secretas, sabedores como son de que la normalidad es el mejor disfraz, la mejor máscara, el camuflaje más eficaz.
La ocultación del punto de vista de delincuentes de bajas esferas y altos fondos, en expresión feliz de Jesús Pardo de Santayana, como por ejemplo, José Luis Ábalos, Koldo, Aldama y demás compañeros y compañeras de barra, constituía un atentado a la inteligibilidad del Congreso. Para ilustrar mejor nuestra confusión, en su poema Gestos se preguntaba Claudio Rodríguez: "¿Por qué es el mismo el giro del brazo cuando siembra/ que cuando siega,/ el del amor que el del asesinato?". Y en otro poema, que tituló Porque no poseemos, señalaba con precisión a "compañeros/ falsos y taciturnos,/ cebados de consignas, si tan ricos/ de propaganda, de canción tan pobres".
Pero fáciles en todo caso para los aplausos estruendosos que revelan la condición moral de los aplaudidores porque la gráfica donde se registra la intensidad acústica, medida en la escala logarítmica de decibelios de mi aplausómetro, confirma que, una vez más, los pasajes más aplaudidos de cada una de las intervenciones resultaban ser aquellos que incluían mayores vilezas y zafiedades. Esos fueron los momentos de más precisa sintonía de los oradores con los congresistas, de más estricta comunión de la militancia con la jerarquía. De ahí que nuestro poeta se anticipara escribiendo: "Donde la adulación color lagarto/ junto con la avaricia olor a incienso/ me eran como enemigos/ de nacimiento".
Pronto tendremos que volver sobre el camuflaje como estrategia de la disimulación, de la apariencia, de la desaparición, de la ocultación, de la invisibilidad, cuyo primer rasgo distintivo es la ambigüedad y la ambivalencia, como nos tiene bien instruidos nuestro comunicólogo de cabecera, el profesor Jorge Lozano.