Fue la foto del 19 de diciembre de 2022 en la estación de Chamartín: Sánchez adelantándose al Rey para entrar en el AVE a Murcia que ese día se inauguraba. Semejante reacción (llamémosla así) tuvo su explicación en la prensa de aquellas fechas: el Presidente estaba molesto con la Casa Real.
Días antes había emplazado a Felipe VI a que se pronunciara sobre sus reformas para la elección del Tribunal Constitucional, a lo que el rey se había negado aduciendo su función arbitral en relación con los partidos. Dicha respuesta había contrariado a Sánchez en su objetivo de conseguir que el representante de la Corona se saliera del tiesto constitucional, o sea, que diera ese paso en falso que podría poner la institución en peligro, cosa que sabe bien el rey pese a quienes fingen ignorarlo desde la izquierda y la derecha de un modo recurrente y cansino que, como en el caso citado, no alberga ningún noble propósito.
Han transcurrido tres años desde ese episodio y Sánchez vuelve a la carga. Es en el contexto de ese pertinaz empeño en lograr el deterioro de la imagen de imparcialidad política del monarca en el que hay que situar la presión pueril que en estos días ejerce para comprometerlo en su delirante calendario de un centenar de actos de conmemoración de la muerte de Franco. Ya que no puede moverle del tiesto constitucional, de lo que se trata ahora es de hacer interpretable esa inmovilidad institucional como un movimiento partidista.
De lo que se trata, en fin, es de dividir a la opinión pública en la percepción que tiene de la Corona y de poner a ésta en una tesitura imposible. De lo que se trata es de que la presencia del Rey en uno de esos rocambolescos actos le enemiste con un sector de la derecha española, que vea en ello un trágala inadmisible o de que su ausencia en todos ellos le desgaste ante un sector de la izquierda que la interprete como muestra de adhesión a la figura del dictador. Lo que pretende, en efecto, Sánchez de modo evidente es que, haga el rey lo que haga, el resultado sea la desafección de una parte de la sociedad a la institución monárquica y el socavamiento de su ganado prestigio.
Lo que sucede es que dicha maniobra es tan infantil y tan burda que solo puede distanciar de la figura del rey a quien ya está distanciado. Lo que sucede es que la argucia de enredar al rey en esta reposición mágico-realista de "Los funerales de la Mamá Grande" que Sánchez ha diseñado para el 2025 es tan extemporánea y extravagante como la artimaña de hacer olvidar a los españoles con ese empacho conmemorativo las tropelías de su mandato. A quienes este salto del Gobierno Frankenstein al Gobierno Franconstein les haga olvidar todas las corruptelas del sanchismo es que sencillamente las quieren olvidar sin necesidad de distraerse con la momia de Franco.
No. La trampa franquista de Sánchez a Felipe VI no es algo que tenga que ver con la ideología sino con la estética. El rey no se puede prestar a un imprevisible y macabro akelarre montado por el ultrasanchismo y el chonismo-leninismo que nos gobiernan. No es una cuestión política sino de mal gusto. Y lo que sucede, sí, es que también se puede llegar al ridículo por la vía de la maquinación. Hay un consejo que no da Maquiavelo explícitamente, pero que se halla implícito en todos sus consejos y que Sánchez ha olvidado: "Que no se te note que eres maquiavélico".