El fin de los días

Ayer se conmemoró el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, con lo que es hoy, mañana, pasado cuando conviene hablar de ello, lejos del halo algo artificial de buenas intenciones y la falta de planes concretos que suelen caracterizar estas iniciativas. La misión de las agencias de comunicación, un lema, un hashtag y la visibilidad del problema ya se ha completado. Pero un año más queda pendiente una aplicación real de recursos, inversión y personal a lo que ya se ha analizado y mostrado ante el ojo público.

Solo hay una ventaja en que el suicidio sea multicausal y no, como muchas veces se ha descrito, un impulso que viene de la nada y finaliza en la nada: el que las actuaciones que alivian la presión que sufren quienes se lo planteen puedan proceder de frentes diversos y supongan así también el fin de otros conflictos.

En 2022 el Ministerio de Sanidad promovió la línea telefónica 024 de atención a la conducta suicida; desde entonces se han atendido más de 300.000 llamadas, la mayoría de mujeres. Muchas de estas personas se encontraban torturadas por pensamientos o ideaciones suicidas, la base de ese iceberg trágico que culmina en buscar el fin de su sufrimiento.

Junto a la desesperanza, la ansiedad o la enfermedad asomaban otros problemas: el acoso escolar, presente en un número altísimo de suicidios infantiles y adolescentes; la violencia y el abuso sexual; los trastornos de la alimentación; la precariedad económica, el que les sea imposible acceder o conservar una vivienda aparece como una causa de sufrimiento cada vez más influyente, sin que a un país obsesionado con el ladrillo como es este parezca importarle.

Todos estos puntos han sido señalados como problemas candentes desde hace tiempo: problemas sociales, comunes, transversales. Vasos comunicantes, soluciones comunes, problemas perfectamente localizados.

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