El examigo americano

Estados Unidos hizo mucho por Europa el siglo pasado. En los años 40, ni Churchill ni Stalin hubieran logrado frenar la poderosa maquinaria de guerra nazi del psicópata Adolf Hitler sin la intervención americana. Washington impulsaría después la reconstrucción europea inundándola de dólares con su plan Marshall que dejó fuera a España condenándola a décadas de atraso por la gracia de Franco. Norteamérica encaró también las ansias expansionistas del Pacto de Varsovia que llegó a tener 50.000 carros de combate en las fronteras del llamado telón de acero.

Los Estados Unidos y la Europa occidental compartían una forma de ver el mundo, la de las libertades, la democracia y los derechos fundamentales. El poderío norteamericano hizo que la seguridad del Viejo Continente descansara sobre su musculatura militar. Externalizar la seguridad permitió a los europeos gastar menos en defensa bajo el gran paraguas de la OTAN liderada por Estados Unidos. Washington obtuvo a cambio posiciones estratégicas en territorio europeo para mantener su hegemonía militar a nivel mundial. En Europa hay casi 300 bases y emplazamientos militares norteamericanos con cerca de 100.000 soldados. Una cifra muy inferior a los más de 300.000 que llegó a haber durante la Guerra Fría. Aquí en España se ubican dos bases militares norteamericanas: una aérea, la de Morón en Sevilla, y otra naval, la de Rota en Cádiz. Esta última, por su situación geográfica, es de enorme importancia estratégica.

El retorno a la Casa Blanca de Donald Trump, más crecido que en su anterior mandato por su amplia victoria electoral, ha puesto en jaque las alianzas tradicionales del amigo americano con un enfoque poco convencional hacia la política exterior. Además de los aranceles, Trump muestra rechazo, e incluso inquina, hacia el proyecto común europeo que obliga a replantearse la relación en aspectos fundamentales como el de la defensa. El talante autocrático que exhibe; el apoyo que presta a las organizaciones de la ultraderecha eurófoba y prorusa, como la AfD alemana heredera del nazismo; su impulso a Netanyahu, acusado de genocidio por la Corte Internacional al haber respondido a la monstruosidad del 7 de octubre con otra monstruosidad cien veces mayor; o la empatía mostrada a personajes tan siniestros como Putin o Kim Jong-un, le alejan de ese modelo de derechos y libertades que EEUU compartía con Europa.

Con Trump al mando, las alianzas se tambalean. Nos subestima, nos amenaza y nos desprecia ignorándonos en lo de Ucrania. Habla incluso de no participar en la protección de Europa si no invierte más en defensa. Una advertencia que hay que tomarse muy en serio habida cuenta de lo poco que le importamos y su distancia respecto a cómo entendemos a este lado del Atlántico los derechos y libertades.

No queda otra que avanzar en autonomía y "asumir una mayor responsabilidad en materia de defensa", como manifestó el presidente del Consejo Europeo, António Costa, en la reciente reunión que mantuvieron los 27 en Bruselas para abordar el tema. No se trata solo de invertir más en defensa, hay que desarrollar una industria propia que rebaje la dependencia armamentística de los Estados Unidos y, sobre todo, implementar una estructura común, una política de seguridad europea que defina claramente los intereses y objetivos de la UE. Europa ha de ser un actor global independiente y creíble superando la variedad de enfoques y prioridades de los países que la componen. Y de ese modo, como señalaba Costa, convertirse en un socio transatlántico más fuerte dentro de la OTAN. Así debió ser siempre, pero ahora que el amigo americano no comparte los valores que inspiran la Europa comunitaria, resulta indispensable.

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