Aquí paz y después guerra

Hoy, vales lo que odias y lo que te odian. La moderación hace años que ha quedado relegada; el equilibrio y la mesura se ven como ser poco comprometido, ser templado, hoy, es ser tibio. En las tertulias televisivas las demandas o querellas se cuentan al peso y como vivimos en tiempos de hambruna, cuanto más peso, más carnaza que devorar.

La querella de un grupo de ultraderecha contra un periodista o la demanda de un particular son el salazón perfecto para eso que nos sirven en la pantalla cada día, la pelea. Hoy, se monetiza el insulto más que nunca, vales lo que odias. Ser nazi no solo sale gratis, sino que puntúa. ¿Sabían que esas marcas de símbolos ultranacionalistas, que usaban los grupos racistas en los 90 y se vendían de manera clandestina en pisos ilegales, hoy están en el mercado y se consumen como marcas patrióticas? Si tenían duda de qué es moda, ahí lo tienen.

Odiar no supone un esfuerzo, odiar es tan fácil como escribir 20 caracteres en 10 segundos sin represalias. Hoy, ser racista es defender lo tuyo, gritar maricón es usar tu libertad de expresión, negar las vacunas o el cambio climático es ser reflexivo y cuestionar al sistema. Hoy, la Ilustración ha sido relegada por el dinero y la fuerza. La vieja Europa, porque sí, se ha quedado vieja; estamos desactualizados, seguimos con nuestras monarquías, cuando otros son los reyes sin necesidad de boato, tradición ni corona, solo con ejército.

La guerra se disfraza de paz porque la paz no es tendencia, a no ser que se consiga robando al otro lo que es suyo, como a Ucrania, o echándole de su propia casa, como a Palestina. Aquí paz y después gloria, decía mi abuela. Si hoy viviera me diría, aquí paz y después guerra.

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