La zona de interés

El uno de septiembre es el auténtico Año Nuevo, nada de enero. La verdadera vuelta al cole, la pereza de salir de las sábanas calientes que se agarran a un cuerpo y un cerebro agarrotados, deseosos de volver al apagón intelectual ficticio que practicamos solo por unos días, como si se pudiese desconectar de la realidad con un botón llamado vacaciones.

Imagínense desconectar de los inmigrantes ahogados cada semana, de los miles de niños gazatíes que mueren a causa de las bombas o las enfermedades, olvidar los bombardeos en Ucrania o a las mujeres en Afganistán, que ya no pueden ni siquiera alzar su voz para pedir ayuda.

Imagínense borrar los bulos racistas que se extienden como una metástasis esparciendo odio o a las mujeres asesinadas este verano a manos de sus parejas. Imagínense olvidar la gresca política, sucia, lodosa e ineficaz para la democracia, que sigue creciendo o el aumento de la ultraderecha en Europa como una pústula que supura constantemente.

Borrar las consecuencias del turismo masivo, las protestas y lugares infestados de turistas que se mueven, nos movemos, como hormigas, devorando a bocados pequeños, pero infinitos, las ciudades. Imagínense viajar a la India, África o América Latina y, desde el resort, taparnos los ojos ante la realidad que atraviesan sus vecinos, a su pobreza.

Imagínense borrar los bulos racistas que se extienden como una metástasis esparciendo odio o a las mujeres asesinadas este verano a manos de sus parejas

Como en la película La zona de interés, donde una familia nazi vive cómodamente en medio de un campo de concentración, ajena a los asesinatos que se producen pared con pared, cerrando los ojos y tapándose la nariz para no oler el hedor de los cadáveres mientras sonríen. En realidad, todos somos un poco esa familia durante las vacaciones y así nos pasa, que volvemos envenenados.

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