Como presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha roto el molde. Con él no pueden hacerse previsiones, ni siquiera sus analistas amigos de la Fox. El del pelo naranja es literalmente imprevisible. Su política exterior es el mejor ejemplo. Como proponer una Gaza sin gazatíes para construir la "Riviera de Oriente Medio".
Pero hay más. De su mano, y en apenas dos días, resulta que el aliado de EEUU no es Ucrania sino Rusia y el dictador no es Putin sino Zelenski. Y en medio, Europa resulta ser un lugar donde no se respeta la libertad de expresión. Desde el 20 de enero, el mundo al revés.
¿Miente Trump o de verdad cree lo que dice? ¿Sabe de qué habla o habla sin saber? ¿Su discurso es parte de una estrategia elaborada o es la palabra de un loco caprichoso al que nadie se atreve a callar? O, finalmente, ¿se hace el loco el presidente de EEUU?
Amenazas suicidas de un líder irracional
Si fuera esto último no sería el primero. De hecho, en las facultades de ciencias políticas estadounidenses se estudia la teoría del loco. Cuando se hace siempre se ejemplifica con Richard Nixon, el más oscuro y denigrado de los presidentes de EEUU, aquel que tuvo que dimitir tras el escándalo del caso Watergate.
No es que a Nixon le consideraran un loco sino que se hizo pasar por loco. La administración norteamericana intentó hacer creer a Rusia y a los países del bloque comunista que Nixon era irracional, caprichoso e irascible. De ese modo, calculaba la Casa Blanca, evitarían provocar a EEUU por miedo a una respuesta impredecible (esa palabra que hoy define a Trump).
La idea es que si estamos ante un loco todo es posible; cualquier amenaza aparentemente increíble parece creíble. En el caso de Nixon, en plena guerra fría, las armas nucleares aseguraban la destrucción mutua de las partes en conflicto. En ese contexto, las amenazas de un líder racional de intensificar una disputa pueden parecer suicidas y, por tanto, fácilmente rechazables por el adversario. Pero, ¿qué ocurre si las amenazas suicidas vienen de un líder irracional? Pues que pueden parecer creíbles porque "este tío está loco".
El loco de Nixon
La idea parece que fue del propio Nixon, que lo llamó la "teoría del loco". Según su jefe de gabinete, H. R. Haldeman, esto es lo que le dijo el presidente: "Quiero que los norvietnamitas crean que he llegado al punto en que podría hacer cualquier cosa para detener la guerra. Les diremos que, '¡por Dios, saben que Nixon está obsesionado con el comunismo. No podemos contenerle cuando se enfada, y tiene la mano en el botón nuclear!', y el propio Ho Chi Minh estará en París dentro de dos días suplicando la paz".
En julio de 1969, Nixon pudo haber sugerido al presidente de Vietnam del Sur, Nguyễn Văn Thiệu, que los dos caminos que estaba considerando eran la opción de las armas nucleares o la creación de un gobierno de coalición. Así aparece en un informe de la CIA desclasificado en febrero de 2018.
¡Por Dios, saben que Nixon está obsesionado con el comunismo. No podemos contenerle cuando se enfada y tiene la mano en el botón nuclear!"
En otra escena de aquella "interpretación", en octubre de 1969, el ejército de EEUU recibió la orden de alerta mundial de preparación para la guerra conocida como la "Prueba de Preparación del Estado Mayor Conjunto". La Casa Blanca le hizo saber a los soviéticos que "el loco andaba suelto". Aquello culminó en la operación "Lanza Gigante" en la que 18 bombarderos B-52 armados con armas termonucleares volaron durante tres días seguidos cerca de la frontera soviética.
La leyenda de loco de Nixon había que extenderla y cuidarla, y de ello se ocupaba el equipo del Consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger. En 1973, cuando éste visitaba Moscú, Leonard Garment, asesor de la Casa Blanca, se encargó de hacer saber a los funcionarios soviéticos que Nixon era "una personalidad dramáticamente desarticulada" que era "capaz de una crueldad bárbara", "más que un poco paranoico" y "predeciblemente impredecible".
El objetivo es resultar impredecible
Además de a Nixon y Jruschov, la lista de mandatarios que se han hecho los locos incluye a Sadam Husein y Muamar el Gadafi. Ahora con Trump se diría que la posición precisa de la política exterior estadounidense está por definir. Todo es incertidumbre, pero eso puede ser deliberado. Puede que el presidente de EEUU esté utilizando la teoría del loco en las relaciones exteriores.
"Ser poderoso pero impredecible es una forma de hacer que los aliados se mantengan cerca mientras se coacciona a los adversarios", escribe Tom Bateman en BBC News. También explicaría la sensación de que sus propios funcionarios se rebelan, pero dentro de los parámetros de las posiciones ampliamente conocidas de Trump. El presidente del pelo naranja resulta impredecible y eso es lo que pretende.
Ya lo dijo en su primera campaña para las elecciones de 2016. "Debemos, como nación, ser más impredecibles", aseguró entonces. En 2018, ya como presidente, durante las negociaciones con Corea del Norte se llamó a sí mismo "loco", en parte, sólo en parte, como si fuera una broma. Y en 2024, durante su campaña de 2024, dijo que el presidente chino, Xi Jinping, le respetaba porque sabía "que estoy jodidamente loco". Hasta su vicepresidente, JD Vance, ha subrayado que su jefe es "impredecible".
Pros y contras de hacerse el loco
Hay analistas que le ven ventajas a esta estrategia. Herman Kahn, un teórico militar, considera que cuando se trata con un líder armado nuclear que parece estar loco, los oponentes deben ceder a sus demandas o "aceptar la posibilidad de ser aniquilados". Según el economista y teórico nuclear Thomas Schelling, una "paradoja de la disuasión es que no siempre ayuda ser, o que se crea que se es, plenamente racional, tener la cabeza fría y el control de uno mismo".
Pero, como sugiere el nombre de esta teoría, también conlleva un riesgo considerable de error o errores de cálculo en un mundo ya de por sí incierto. Hay estudios académicos sugieren que es muy difícil esgrimir la teoría del loco con éxito.
"De hecho, es raro que la reputación de loco dé frutos a nivel internacional. Los líderes y jefes de Estado modernos que han intentado parecer locos no suelen convencer a sus adversarios. Otros lo consiguen, sólo para descubrir que su reputación de locos persuade a sus oponentes de que no se puede confiar en ellos para mantener la paz", escribe Roseanne McManus en Foreign Affairs.