Viene bien simplificar. Quitar cosas, frases, objetos, ropa, cacharros. Hacer sitio. El mayor lujo es el sitio vacío, que deja correr la vista.
Simplificar cajones no es ordenar cajones, es dejarlos vacíos, con cuatro o cinco cosas, una caja, la caja de los bolis y las lápices y las plumas. Eliminar libros, difícil donoso escrutinio. Quitar ropa, cosas, ideas.
Simplificar es también eliminar tareas de la Lista de tareas. La lista crece y hay ítems que no se dejan agrupar. Simplificar es a veces agrupar. Desinstalar programas, aplicaciones que no se usan, que nunca has utilizado. Algunas se mantienen porque pertenecen a otra vida, una de esas vidas que nunca arrancan y que se mantienen en lista de espera sólo por las aplicaciones, objetos, jerséis, ¡zapatos!, grupos de chat que no se usan. Hay cosas que se pueden volver a instalar y cosas que no. La confianza tarda en volver. O no vuelve.
Hay cosas que ellas mismas te anuncian su final, por ejemplo las versiones de Windows de hace cinco o seis años, la propia Microsoft te avisa, quizá te amenaza, que ya tienes que comprar o alquilar otra suite. Hay electrodomésticos que se simplifican solos, por designio del fabricante.
Simplificar la propia vida, dejarla en tres o cuatro cosas, procurando que sean nuevas, no las de siempre. A veces simplificar es inventar.
Simplificar recuerdos malos, eso lo hace el cerebro por defecto, se supone que lo hace, pero al igual que persisten los archivos arrojados a la Papelera del sistema, siempre se pueden restaurar los recuerdos malos: a veces se restauran ellos solos sin avisar, salen del averno de los bits que creíamos triturados. A veces los recuerdos malos regresan enganchados a los buenos. Simplificar es hacer sitio y olvidar.
Simplificar sería aplicar la navaja de Ockham y el precepto de Baltasar Gracián. Y también, tener en cuenta las ideas del científico, gran divulgador y premio Nobel Rychard Feynman por explicar y aprender bien los conceptos básicos. Feynman descubrió el fallo que hizo estallar el transbordador espacial Challenger nada más despegar con siete personas a bordo en 1986: una simple junta de goma se heló y perdió la elasticidad. Feynman sugirió un método para aprender y enseñar basado en cuatro pasos; 1- Elegir un tema. 2- Escribir lo que se sabe en lenguaje sencillo. 3- Identificar lo que no se sabe, lo que se olvidó, lo que no se puede explicar. 4- Repasar lo escrito y simplificarlo, eliminar las palabras técnicas. Si queda algo confuso o que no se entiende hay que volver a empezar.
Simplificar las cazuelas, las sartenes, las herramientas, los robots y artilugios limpiadores que ocupan más de lo que limpian. El cénit de este empeño intermitente es el trastero y su ley de hierro: cuanto más sitio, más cosas. Abordar el trastero es una de los doce tareas de Hércules, quizá la de “limpiar los establos de Augias”.
La simplificación, que puede ser una manifestación de la ascesis (RAE: “reglas y prácticas encaminadas a la liberación del espíritu y el logro de la virtud”) o una moda para aliviar el crónico estrés, se ejerce también moderando el deseo, que llena la casa de cosas.
La forma más fácil de simplificar es aplicar los principios teóricos y no hacer nada. Sólo con imaginar las acciones y el resultado ya se aplacan las inquietudes y se rebaja la ansiedad.