La noche del 28 de mayo de 2023, cuando se conocieron los pésimos resultados del PSOE en las elecciones municipales y autonómicas, Pedro Sánchez se percató, con su demostrada y aguda inteligencia política, de que o actuaba de inmediato o no sería la oposición quien forzaría su caída, sino su propio partido. Los socialistas habían sufrido una severa derrota y se quedaban sin buena parte de su poder territorial. Si tantos presidentes autonómicos y alcaldes perdían su puesto a la vez, no parecía racional pensar que era por culpa de la mala gestión de todos y cada uno de ellos. Quizá esa derrota generalizada se debiera a un castigo de los españoles al presidente del Gobierno, pero en el trasero de otros.
Sánchez extrajo esa misma conclusión y, para frenar de raíz cualquier intento de rebelión interna, en la mañana del 29 de mayo convocó elecciones generales para el 23 de julio. Perdió, pero mantuvo el poder. Le salió bien. Sin embargo, por si alguien en el PSOE aún pretendiera cuestionar al secretario general, Sánchez anunció la renovación de los liderazgos territoriales: una limpia. Y en ello está.
El primero en caer fue el madrileño Juan Lobato, que no mostró el suficiente frenesí sanchista cuando se trataba de apoyar a Moncloa en su batalla contra Ayuso, con métodos cuya legalidad investiga el Tribunal Supremo. Después ha abandonado el castellanoleonés Luis Tudanca. Nadie podrá cuestionar su sanchismo porque fue de los pocos que siguió al lado de Sánchez cuando, en 2016, fue forzado a dimitir por quienes entonces tenían capacidad para hacerlo (de esos ya no quedan porque Sánchez se ha encargado de que no queden). Pero Tudanca cometió la ingenuidad de creer en los procedimientos democráticos y se quejó cuando Ferraz le cambió las listas electorales manu militari. También ha caído el andaluz Juan Espadas, al que nadie podrá acusar de antisanchista.
Lo que ocurre es que Sánchez busca sanchistas impenitentes, al estilo de Óscar López o María Jesús Montero. Y el sanchismo impenitente deriva, en algunos casos, de ser un converso al sanchismo. Óscar López fue el jefe de la campaña de Patxi López para las elecciones primarias de 2017 contra Pedro Sánchez. Y María Jesús Montero apoyaba con firmeza a la otra candidata, la andaluza Susana Díaz, también contra Sánchez.
Hoy, todo ha cambiado. El poder omnímodo de Sánchez se refleja en el intento de colocar en las federaciones a clones políticos del líder que, si es posible, no encuentren rival: hay que convocar elecciones primarias, pero con un solo candidato elegido a dedo por el secretario general. Y apenas existe oposición a esas formas, porque la única brisa que mueve las hojas en el PSOE es la que parte de Moncloa.