Después de las altas expectativas creadas por los 90 minutos de conversación telefónica entre Donald Trump y Vladimir Putin, llega para todos la ducha de agua fría. La primera reunión de los más altos responsables de la diplomacia de Rusia y EE.UU. solo ofrece un punto de acuerdo: seguirán negociando. Las posturas, nos dicen, están todavía muy alejadas. Sin embargo, el verdadero problema no es la distancia entre los puntos de partida, sino la cerrazón y el inmovilismo. Entre líneas, lo que se puede leer de los comunicados es que las posiciones están tan alejadas como antes de la reunión.
¿Cómo terminará entonces la guerra? Volviendo a la casilla cero, hay tres posibles salidas para cualquier conflicto. La primera es la victoria militar de uno de los contendientes, que le permita imponer su voluntad a los vencidos. Pero, después de tres años de duros combates, ninguno de los bandos ha sido capaz de obtener una ventaja decisiva.
Desde la perspectiva militar, hace tiempo que la guerra ha entrado en una fase de forcejeo de peones que apunta a un resultado final de tablas. Tanto Putin como Zelenski son conscientes de esta realidad, pero aspiran a lograr en la retaguardia la victoria que se les niega en el frente. Ambos esperan que sea el otro quien, agotado, se levante primero de la mesa y dé su brazo a torcer. Vana esperanza, si atendemos a lo ocurrido en Vietnam, Afganistán o Irak.
Otra posible salida de cualquier conflicto es la negociada. Por desgracia, quienes apuestan por ella no parecen comprender del todo lo que hay detrás de la cortina de humo tendida por el Kremlin para justificar la agresión. Cada vez que las dos partes se han reunido —primero en Bielorrusia y luego en Estambul— las conversaciones han logrado avances sustanciales hasta que se llega al verdadero objetivo de Putin, el botín que, como a un moderno Julio César vencedor en las Galias, le permitirá celebrar un Triunfo en las calles de Moscú: el territorio.
Y es que, aunque difícil, es concebible que, con ayuda de los socios de unos y de otros, los contendientes puedan acordar un conjunto de garantías que mejore la seguridad de ambos. Sin embargo, cuando se habla de territorio, la negociación se convierte en un juego de suma cero en el que nadie —Ucrania con todo el derecho y Rusia al amparo de la ley del más fuerte— está dispuesto a ceder. No hay, pues, ninguna posibilidad de un acuerdo. No mientras viva Putin.
Queda, por último, la tercera salida: la impuesta. No sería la primera vez que las grandes potencias —Rusia, que lleva seis meses sin conseguir expulsar a Ucrania de la región de Kursk, solo merece ese carácter por su arsenal nuclear— deciden que una guerra no les conviene e imponen la paz. Así ocurrió con los acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la guerra de Bosnia. ¿Podría obligarse a los contendientes a pactar el final de las hostilidades? Y, si es así, ¿quién será el que lleve la paz a Ucrania?
Xi Jinping, el que no quiere
Permita el lector que, a pesar de que estos días sea Trump el protagonista de todos los titulares, comience este análisis con el líder que tendría más posibilidades de forzar un final del conflicto: Xi Jinping. Sometida a durísimas sanciones económicas, Rusia necesita el salvavidas chino para cuadrar unas cuentas de por sí muy difíciles. Si no a un acuerdo con Zelenski —que Putin jamás va a firmar porque lo considera humillante— Xi podría obligar al dictador ruso a aceptar un armisticio como el de la península de Corea.
Sin embargo, ¿por qué habría de hacerlo? La guerra le da ventaja sobre Rusia, un verdadero rival regional; le permite comprar energía a precios reducidos y, por si eso fuera poco, debilita y divide a Occidente. No le conviene a Xi la victoria de Zelenski, y aún menos la de Putin a pesar de la “amistad sin límites” que ambos dicen profesarse. Es por eso por lo que desde los primeros meses puso sobre la mesa un plan de paz que sabe contradictorio e inaceptable para ambos contendientes: alto el fuego y respeto por la integridad territorial de Ucrania.
Trump, el que no sabe
¿Qué decir de Trump? Sus seguidores le consideran un hábil negociador. Sin embargo, no lo ha demostrado en este caso, en un terreno tan alejado de su entorno natural. La reunión en Arabia es un regalo para Putin, pero la delegación norteamericana vuelve con las manos vacías. Dice Trump que Putin quiere la paz, y seguramente es verdad… pero todavía desea más celebrar ese triunfo que se le ha vuelto tan esquivo.
Son tantos los que, en su entorno, han culpado del conflicto a Biden y a la “provocación” de la Alianza Atlántica que es posible que el magnate se lo haya creído
¿Quién sabe lo que pasa por la mente de los poderosos? Siempre he pensado que en el Kremlin no hay nadie que se atreva a contarle a Putin como va de verdad la guerra. Pero es posible que a Trump le ocurra algo parecido. Son tantos los que, en su entorno, han culpado del conflicto a Biden y a la “provocación” de la Alianza Atlántica que es posible que el magnate se lo haya creído. Es posible que Trump, el más exagerado ejemplo de adanismo que yo haya conocido, haya pasado por alto que Stalin invadió Finlandia y, de la mano de Hitler, Polonia; que Kruschev invadió Hungría y Brézhnev Checoslovaquia; y que Putin ha hecho lo mismo en Georgia antes que en Ucrania. No todo puede haber sido culpa de Joe Biden.
Equivocado en su diagnóstico —me pregunto si siquiera sabrá qué era eso de celebrar triunfo en las calles de Roma— y poco cualificado para la alta estrategia —de su primer mandato, aún recuerdo sus estériles amenazas a Kim Jing-un, a quien le aseguró que tenía misiles más afilados que los coreanos—, me temo que el exitoso hombre de negocios no sabe muy bien cómo va a salir del atolladero en el que se ha metido. Quizá ni siquiera le importe y se conforme con los aplausos de quienes le agradecen que lo haya intentado.
Europa, la que no puede
Y nos queda Europa. Europa quiere y, quizá, sepa. Entiende a Putin mucho mejor que el magnate norteamericano. Pero ¿de verdad puede?
Debo pedir disculpas. Estaba hablando de las grandes potencias. No entiendo bien qué despiste me ha permitido incluir a Europa en este grupo. De verdad que lo siento: mi error y, sobre todo, el de Europa.