Noticias sobre la desigualdad territorial

Se viene concierto económico con Cataluña y con él llegan las disciplinadas discusiones de la radio, reflejo exacto de las necesidades tácticas de los grandes partidos (aquí no hay estrategia). No es, en puridad, el concierto económico lo que concita la discusión en las ondas, sino el final del verano y la inauguración del curso político. Las vacaciones estivales son la mayor garantía de que nada grave pasará en el país ni en el universo, porque sin tertulias de primera ningún golpe de Estado y ninguna guerra, ni siquiera un meteorito o un concierto económico, tienen sentido.

Todos los problemas territoriales de España son un negocio de la radio y de la alta política que nosotros —por lo general, cuñados— disfrutamos con la vuelta al trabajo, en el atasco, en el autobús o a escondidas en el cuarto de baño de la oficina siniestra. La industria de los cuñados, que es una industria que se rentabiliza en las redes sociales ("se monetiza”) y hasta en el Parlamento Europeo —léase Alvise—, le debe también mucho, como la radio, a nuestra crisis nacional permanente. Dime qué emisora escuchas y te diré lo que opinas sobre la última maniobra solidaria del Gobierno de Sánchez. En este país nadie sabría de qué hablar si los problemas fueran la sanidad o la educación a secas, pero nuestra tozuda desunión nos da para infinitos debates y discusiones. Todos los cuñados ibéricos —salvo quizás los portugueses— repetimos en las cenas familiares o de empresa lo que escuchamos en la radio, que, a su vez, suele surgir de los laboratorios de ideas de los partidos políticos.

Un periodista catalán se indigna en una tertulia de Onda Cero y pregunta por qué, si Navarra y el País Vasco cuentan con un concierto económico, Cataluña no puede tener el suyo. Tiene toda la razón y donde dice Cataluña podría haber dicho Asturias, Murcia o León (si no le hubieran hurtado su autonomía). La respuesta que recibe refleja bien el país en el que vivimos, donde unos privilegios se hicieron constitucionales y otros son anatema. Se le dice, con buenas palabras y temple, que si Cataluña obtiene ese trato diferencial el sistema colapsará. Es cierto, claro, pero ¿por qué unas regiones sí y otras no?

En este país nadie sabría de qué hablar si los problemas fueran la sanidad o la educación a secas, pero nuestra tozuda desunión nos da para infinitos debates y discusiones

Recuerdo una manifestación del 2007 en Pamplona en cuya pancarta frontera se leía "Navarra foral y española". La foralidad, es decir el privilegio fiscal, se anteponía a la españolidad del territorio. "Extremadura foral y portuguesa". "Aragón foral y francés". Soy foral y, a partir de ahí, todo lo demás. Siempre me he preguntado si merece la pena que unos españoles lo seamos porque sí, por gusto, por suerte o por fatalidad, y otros porque gracias a ello pagan menos impuestos. Creo firmemente en la posibilidad de que Cataluña, Navarra y el País Vasco se independicen si así lo desea una mayoría abrumadora de su población (superior al ochenta o al noventa por ciento, claro). Mejor un país igualitario que uno que sirva de alimento a la desigualdad por la desafección nacional de sus habitantes, así respalde esa desigualdad la ley o la Constitución.

Pero también me molesta el afán de independencia de los ricos; una pulsión izquierdista me dice que solo tienen derecho a la queja quienes no solo carecen de privilegios, sino que están en una situación de inferioridad. León, Asturias, Galicia (también Extremadura); en general, el olvidado y depauperado noroccidente español debería conformar un frente de lucha política y social, o coalición de intereses, contra la disparidad estructural del Estado. Pero para eso, me temo, las tertulias deberían dejar de inspirarse en los argumentarios habituales o los ciudadanos de esas regiones empezar a pensar por sí mismos y en contra de su secular resignación.

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