¿Habrá algo más conmovedor que encontrar a un niño olvidado por la calle, sin familiares a su cuidado, comida adecuada y un techo al que acudir para protegerse del frío o la lluvia? La caridad humana, que por suerte continúa existiendo, salva con cierta frecuencia situaciones que bien pensadas quitan el sueño.
El problema de los niños abandonados, por las razones que sean, es universal. Se produce más en países pobres, donde aún se sufren hambre y ausencia de recursos. Pero de alguna manera también ocurre en países desarrollados, donde hay medios para ayudar a estos seres humanos, sin capacidad todavía para enfrentarse a los retos de la vida –empezando por el más necesario: el trabajo– si sus capacidades lo permiten.
Por desgracia, confiemos que por breve tiempo, España ya enfrenta dramas como el del hambre o la falta de atención para los niños abandonados, bien es verdad que en su mayor parte por la emigración. Pero antes de echar culpas, urge más darle soluciones. Para eso está la sociedad, cuya unidad se vuelve indispensable.
Y para dirigir a la sociedad están las instituciones, obligadas a buscar soluciones. Actualmente hay en Canarias más de 5.000 niños abandonados a los que el Gobierno de las islas, con recursos limitados, intenta procurarles lo imprescindible. Lo malo, lo que más abochorna, son las dificultades que enfrenta para intentar compartir el drama entre los millones de españoles que tributamos para afrontarlos.
La falta de autoridad del Gobierno de Pedro Sánchez y la disgregación social, empezando por la política de artificio que le mantiene en el poder, sumado a la batalla de maniobra entre sus aliados, vuelve imposible un acuerdo elemental, como existe en otros países. La situación está dando la imagen de que España es un país a la deriva, donde las ambiciones van rompiendo todo, empezando por los principios, y en el que la solidaridad se ha evaporado entre refriegas y odios.