El miedo es el aliado de los tiranos

Cuando los nazis invadieron Noruega, el 9 de abril de 1940, el rey Haakon VII decidió no contemporizar con los agresores como habían hecho otros, y se puso al frente de la resistencia. Eso estuvo a punto de costarle la vida. Su primo y vecino, Gustavo V de Suecia, de inocultables simpatías hitlerianas, le aconsejó que cediese y colaborase con los aparentemente invencibles alemanes, como había hecho él. Haakon le respondió que si se rendía, él mismo, los noruegos, y el resto de países europeos dejarían de ser lo que eran.

Ha pasado el tiempo y más de 80 años después, una joven médica ucraniana que atiende a los heridos de guerra en el hospital de Lviv, muestra un comportamiento de valentía similar al del gran rey noruego. Esta doctora fue detenida al principio de la invasión rusa en 2022 y torturada y violada durante su cautiverio. Tras ser canjeada por prisioneros rusos, pidió ir a trabajar a ese centro de rehabilitación para ayudar a los heridos, infundirles ánimo y esperanza. El sacrificio de todos ellos no iba a ser en vano. Con motivo de mi despedida como presidente de la Asociación Mundial de Periodistas, viajé a Ucrania en la primavera de 2024 para solidarizarme con los periodistas de ese país y fui testigo presencial de los pensamientos de esta ejemplar mujer dispuesta a dar la vida por Ucrania y por Europa. En definitiva, por la libertad.

Europa se encuentra ahora en una situación que puede recordar todos estos avatares. La irrupción de Donald J. Trump en la presidencia de Estados Unidos ha causado una situación inédita. Este es el primer presidente en casi un siglo que parece dispuesto a reventar el sistema geopolítico diseñado en la conferencia de Bretton Woods, en 1944; un sistema basado en el final del proteccionismo y en el librecambismo, que sobrevivió, en esencia, incluso al colapso de la URSS y al final de la guerra fría. Un sistema que propició la reconstrucción de Europa tras la II Guerra Mundial —el célebre Plan Marshall— y la creación de una sólida alianza militar y política entre EEUU y Europa, alianza que se ha mantenido hasta ahora mismo. Buena prueba de ello es la actitud conjunta de apoyo a Ucrania, agredida por la Rusia de Putin. Con Trump en la presidencia, esa unidad esencial parece desmoronarse rápidamente. El 'amigo americano' está ahora mucho más cerca de Putin que de los viejos aliados durante décadas. Y Europa no sabe qué hacer.

Es comprensible. No resulta fácil saber qué ocurre, cómo actuar cuando, al frente del país más poderoso del mundo, se halla un hombre que no se avergüenza de su limitada formación geopolítica. Un hombre que fue capaz de instigar un intento de golpe de Estado —el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021— para retener ilegalmente un poder que los ciudadanos le habían negado en las urnas. Un hombre que ha decidido usar como arma política, y sobre todo de propaganda, los aranceles económicos, peligrosos para todos, y principalmente para su propio país. Un hombre que parece dispuesto a poner en práctica ideas delirantes como la incorporación de Canadá y Groenlandia a Estados Unidos, la !recuperación" del Canal de Panamá o la "evaporación" de dos millones de seres humanos en la franja de Gaza para convertirla en algo parecido a Palm Beach. Un hombre que ha roto todas las promesas de apoyo a la invadida Ucrania, promesas basadas en los más elementales principios comunes de la democracia y del derecho internacional, y que parece dispuesto a negociar la derrota de Ucrania precisamente con el agresor, con Putin y con nadie más; ni con los europeos ni con los ucranianos siquiera. Un hombre que se comporta como un emperador o un rey absoluto de hace cuatrocientos años. Un hombre imprevisible a quien nadie cercano se atreve a llevar la contraria.

Hay una evidente sensación de desconcierto, de orfandad, en la vieja Europa. Y también de desunión. Por eso, este es un momento trascendental en la historia. Europa tiene que demostrar que no es un simple mercado. Que tampoco es un conjunto de pequeños países llenos de privilegiados que se pasan la vida discutiendo y que deja en manos de Washington los asuntos peliagudos como la defensa, la costosa renovación tecnológica y la política internacional. Europa, como conjunto y como institución, tiene sus cimientos en unos principios que definieron, tras la última guerra mundial, líderes de extraordinaria visión como Schuman, Monnet y varios más, que pusieron las bases de la Unión Europea. Esos principios son la democracia liberal, la colaboración y la ayuda mutua, la solidaridad, la voluntad de convivir en paz y el respeto al derecho. Todo eso es lo que hace que seamos lo que somos.

La historia nos enseña que, en tiempos de huracanes —Napoleón, el nazismo, el fascismo, el estalinismo, ahora el trumpismo—, mucha gente vacila. Suele aumentar el número de quienes piensan que el mundo ha cambiado, que los viejos principios han prescrito, que los valores morales han caducado y que el nuevo viento trae otras ideas que los sustituirán. Eso nunca es verdad. La democracia, la voluntad de convivir en paz, libertad y progreso común, lleva peleando por sobrevivir y perfeccionándose desde hace dos mil años. Y, como decía Gandhi, "siempre ha habido tiranos que, por un tiempo, pueden parecer invencibles. Pero al final todos caen".

Europa lo tiene muy difícil ahora mismo para reafirmarse en sus cimientos y demostrar que sigue siendo Europa. Vamos a ver si los dirigentes políticos actuales son capaces de liderar una actitud firme y común ante el 'terremoto Trump', ahora aliado de Putin, y nos hagan recordar a personalidades de la estatura política de Churchill, De Gaulle, Adenauer, De Gasperi, Kohl, Mitterrand, Delors, o Felipe González, entre otros. Fueron líderes que estuviesen o no de acuerdo entre ellos jamás vendieron sus principios, ni traicionaron los valores fundamentales de la democracia, ni sintieron miedo ante los oleajes del tiempo que les tocó.

La actitud ante Ucrania —mañana se cumplen tres años de la agresión rusa— es una prueba de fuego. Si Europa se resigna ante la derrota, la mutilación o la destrucción de ese país, estará perdida. Nada ni nadie estará a salvo en nuestro continente a partir de ese momento. Nada impedirá que Putin continúe con su plan de recuperación de los países bálticos, el sometimiento de Polonia y, en definitiva, la restauración de algo parecido al área de influencia que la antigua URSS mantuvo durante décadas en medio continente. El mundo quedará en manos de dos 'emperadores', que son cómplices entre sí.

Diga lo que diga Donald Trump, para quien la verdad de los hechos es algo que carece de importancia, Europa ha hecho también un esfuerzo económico y militar similar al de EEUU para sostener a Ucrania. Si eso se quiebra, los ucranianos estarán perdidos y los europeos en serio peligro de convertirse en un populoso conjunto de vasallos de uno u otro emperador. Y con China al acecho.

Los comportamientos del rey Haakon y de la joven médica ucraniana son ejemplares. Europa debe levantarse, ser espejo de sus principios y valores y no doblegarse jamás. Si no, nosotros ya no seremos nosotros ni Europa lo será tampoco. Habremos fracasado. Nos habrá vencido el miedo, que siempre es el principal aliado de los tiranos.

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