El lobo reconquista la sierra de Madrid: "Están descontrolados, en el pueblo matan a más de 40 animales al año"

El todoterreno de los agentes forestales atraviesa la presa de Puentes Viejas, en la Sierra Norte de Madrid, cuando suena el teléfono de José Manuel Redondo, al volante. Una breve conversación basta: "Un ataque", aclara el veterano agente de 50 años. "Ya estamos otra vez, todo el puto día igual", se lamenta su compañero.

Desde hace una década, en esta zona de la sierra madrileña no hace falta aclarar de quién provienen los ataques. El lobo ibérico, una especie que había desaparecido de estas montañas hacía más de medio siglo, ha vuelto para quedarse y está haciendo estragos cada poco tiempo en los rebaños de los ganaderos locales, mayoritariamente con explotaciones extensivas ya de por sí con unos márgenes muy estrechos de beneficio.

El vehículo se interna en el valle cubierto por la niebla entre la que aparecen de tanto en tanto vacas y terneros desperdigados entre los matorrales. Estas amplias extensiones sin vallados y sin apenas presencia humana son un terreno idóneo para los ataques de lobos. Un enorme buitre negro sobre una roca anuncia que el cadáver está próximo y los lobos no han sido los únicos en aprovecharlo.

Al llegar a la escena del crimen, los dos agentes apenas encuentran los restos del festín. Redondo comienza a estudiar el terreno y recoge las pruebas que determinarán si, efectivamente, se trata de un ataque de un lobo. Un par de huesos, probablemente roídos por un cánido, unas heces con restos de pelo, pero que no parecen de lobo. Un poco más adelante, aparece el pellejo del ternero. Tiene hematomas, indicio de muerte violenta, pero también picaduras de buitre.

"Son restos inconexos, hay indicios de consumo por parte de cánidos, pero no hay elementos que lleven a concluir que ha habido un ataque, el animal podría haber muerto por cualquier otra razón", explica Redondo que, no obstante, reflejará todo lo encontrado en su informe y lo enviará a la junta de evaluación, junto con la declaración del propietario del animal, para que esta decida si corresponde una indemnización o no.

Al poco tiempo, llega un Land Rover blanco con el dueño del ganado, Ángel García, que trae a un veterinario. Su perspectiva es muy distinta: "Menudo festín se han dado los lobos, hay muchos indicios de ataque", asevera el veterinario. El ganadero reprocha a los forestales que no indiquen en su informe que se trata de un ataque y estos le dicen que se limitan a hacer su trabajo y a señalar las evidencias que existen sobre el terreno. Es una escena habitual.

"Me tiro horas y horas buscando al ternero muerto para demostrar que lo que he dicho es cierto, porque tengo que buscárselo todo y demostrárselo todo lo que estoy diciendo, buscar todas las pruebas que pueda para que vean que es cierto", se lamenta el ganadero, propietario de un centenar de vacas y varias decenas de ovejas en Paredes de Buitrago.

A sus 61 años, lleva toda la vida dedicado a la ganadería extensiva y asegura que nunca había visto un lobo hasta 2013. "Están descontrolados por toda la sierra. Dicen que hay cuatro y aquí hay 40. Aquí, en este pueblo, matan más de 40 animales al año", asegura García, levantando con sus callosas manos el pellejo del ternero muerto. “Esto va a dejar de ser viable y no solamente para mí, ¿eh? Para todos los ganaderos de la sierra. Tú vas a vivir con el ganado, lo tienes aquí tan tranquilo, lo tienes en lo tuyo, lo tienes cerrado, y que vengan y te lo maten… pues tú dime qué viable va a ser vivir aquí de la ganadería. Si cada día hay más lobos y los están protegiendo".

El ganadero firma el documento y se lo entrega a los forestales. Las dos parejas se despiden. En lo alto de la colina aparece una vaca negra, contorneada por los pocos rayos de luz que deja pasar la neblina. Observa la escena y muge al aire. "Ahí la tienes", señala García. "Es la madre del ternero. Ni una semana tenía el pobrecillo".

El largo viaje del lobo ibérico

Varios lobos a la carrera con una puesta de sol en el horizonte y una épica música coral de fondo. Esta era la última escena del documental de Félix Rodríguez de la Fuente que, en febrero de 1977, empezó a cambiar la percepción sobre este animal, considerado popularmente hasta entonces como poco menos que un pequeño diablo sanguinario a exterminar.

Eso era, de hecho, lo que se había hecho durante siglos en España. Asesinar lobos como deporte o como actividad comunitaria, arrinconando a esta especie, cuyo hábitat se extendía por toda la Península, a una estrecha franja en la Cordillera Cantábrica. El cambio de mentalidad de una sociedad ya mayoritariamente urbana y las políticas de protección animal impuestas desde Bruselas tras la entrada de España en la Unión Europea, empezaron a revertir la situación en los años 80 y 90. Primero cruzaron el río Duero, colonizando las tierras de campos de Castilla y León y han alcanzado su límite de expansión en las montañas del Sistema Central, desde dónde ha dejado de avanzar a partir de 2010.

Desde el punto de vista de las directivas europeas, la especie, al sur del Duero, está estrictamente protegida. Ya por legislación nacional, la caza del lobo, una habitual reivindicación ganadera, quedó oficialmente prohibida en toda España desde febrero de 2021, cuando fue incluida en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE).

"Matar un lobo o dos no contribuye a reducir los daños. Al revés, puede incluso incrementarlos, porque hay evidencias de que cuando matas al macho o hembra dominante, la manada se disgrega y no hay nada peor que un lobo que no tiene manada, que va solo, porque no tiene la misma capacidad de caza que tiene una manada y va a ir a lo fácil, y lo fácil es la carroña o el ganado", declara Luis Suárez, coordinador de conservación de la ONG ecologista WWF, que defiende incluso los beneficios que las poblaciones de lobos pueden traer a la ganadería extensiva.

Hasta un 82% de la dieta del lobo ibérico la componen animales silvestres, como jabalíes y corzos, y solo un 18%, especies domésticas, según un estudio publicado por investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid el pasado mes de mayo. "El lobo lo que hace es controlar poblaciones de animales salvajes, como ciervos, jabalíes, y sobre todo va a incidir en los animales que están enfermos y débiles. Esto lo que evita es que esos animales enfermos o muertos transmitan enfermedades al ganado doméstico. Por ejemplo, la tuberculosis bovina, que es el gran problema que tienen en la ganadería", explica Suárez.

Compensación por pérdida

Resulta difícil evaluar cuántos lobos existen en la actualidad en España, a falta de la prevista publicación de un censo actualizado por parte del Ministerio para la Transición Ecológica a partir de datos recopilados por las comunidades autónomas. El último censo nacional data de 2014 y se hablaba entonces de unas 340 manadas en todo el territorio nacional, aunque concentradas en la mitad noroccidental de la Península. Apenas ningún ejemplar se había aventurado aún dentro de los límites de la Comunidad de Madrid, pero ahora se calcula que puede haber en torno a una treintena de ejemplares repartidos en unas cinco manadas.

Aprovechando que las explotaciones ganaderas de la sierra madrileña, un territorio típicamente de extensiva, no estaban preparadas para defenderse de una especie que había desaparecido de estas tierras hacía décadas, los lobos empezaron a atacar periódicamente a las indefensas vacas, ovejas y cabras que pastaban sin protección.

Los ataques al ganado fueron en aumento desde hace una década, alcanzando su momento álgido en 2018, cuando llegó a haber 318 certificados. En 2020 la cifra descendió por debajo de 100 y se mantuvo más o menos estable hasta este año, en el que se ha producido un repunte, alcanzando los 191 ataques, lo que podría indicar que la población está aumentando en la región.

"Lo que estamos requiriendo a nivel nacional es el control poblacional", declara Ángel de Oteo, director general de Agricultura, Ganadería y Alimentación de la Comunidad de Madrid. "Es decir, que el lobo se saque del LESPRE y que pueda haber un control poblacional del lobo en cuanto detectemos que la ampliación de las camadas o la ampliación del número esté ya suponiendo una pérdida más de la que hay habitualmente".

El descenso en los ataques desde 2019 se produjo en paralelo a que muchos ganaderos de la zona empezaron a adoptar medidas como la incorporación de mastines en los rebaños, la recogida nocturna del ganado, la concentración de partos y el pastoreo en persona. Todo ello conlleva un aumento de costes que se está paliando moderadamente con ayudas por parte de la Comunidad de Madrid tanto para incentivar estos cambios como para compensar económicamente por cada animal que matan los lobos. Muchos ganaderos, consideran estas ayudas insuficientes o muy difíciles de obtener para un sector que lucha por sobrevivir siempre al límite de la rentabilidad.

"Cada cierto tiempo nos sacan un problema, puede ser el lobo, puede ser la burocracia, que nos está matando, las enfermedades que tenemos que estar vacunando, el trajín ahora con los veterinarios que tenemos que poner un veterinario de campo, todo eso al final lo que están haciendo es que dejemos de ser ganaderos para ser administrativos y tener una oficina", declara Jorge Izquierdo Vega, secretario de ganadería de ovino y caprino de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) de Madrid.

Cuando se produce un ataque, el ganadero tiene que avisar a los agentes forestales, los encargados de levantar un informe con las pruebas que encuentren sobre el terreno, que se envía, junto a la declaración por escrito del ganadero, a la junta de evaluación autonómica, que es la que determina si procede o no a la indemnización. Esta varía en función de la especie y la edad del animal. Por ejemplo, a la muerte por ataque de un lobo a un carnero le corresponde una indemnización de 300 euros, a una oveja de menos de 10 años, 1.500 euros y a un caballo mayor de 36 meses, 900 euros.

"Nos dicen que nos pagan las ayudas de los animales que nos mata el lobo o que las hiere y demás", declara Izquierdo. "Pues nos está costando Dios y ayuda que nos paguen alguna porque llegamos allí y, cuando al cabo del año te vas a cobrar, tienes una coma mal puesta o una cruz mal puesta, necesitas un certificado de un veterinario que tienes que traer, cuando ellos saben que si un ataque de perros o de lobos se produce ahora mismo, en diez minutos tenemos aquí un montón de buitres".

Mastines, pastores y collares GPS

Madarcos es una pequeña aldea de 70 habitantes censados situado en las estribaciones de Somosierra. Antes de llegar al pueblo desde Paredes de Buitrago, está la casa de Jaime Sánchez, un pequeño ganadero de 58 años que pastorea un rebaño de ovejas.

El todoterreno de los agentes forestales se acerca a la valla y en unos segundos emergen a ladrido vivo dos mastines. Detrás de ellos, una perrilla pastor de los Pirineos, aún cachorra, y una pastor alemán, ya veterana. Juntos componen el equipo canino que protege al centenar de ovejas de Sánchez, vecino de Madarcos desde hace 30 años. Su actividad como pastor empezó hace 15 años y, por lo tanto, ha tenido que convivir con el lobo durante casi todo este tiempo.

"Sobre 2013, se empezó a hablar del lobo, de que se habían matado ovejas en no sé dónde o que habían atacado tal. Y entonces nosotros empezamos a meter más perros”, explica Sánchez. “Nosotros ya teníamos un mastín y teníamos una perra de carea, pero, a partir de ahí, metimos otra mastina y lo que hemos tenido desde entonces son dos o tres mastines y la carea. Eso es el manejo normal, además de que las ovejas se recogen por la noche".

"Para el equilibrio y para el tipo de naturaleza que tenemos aquí que haya un depredador como el lobo es fundamental"

En todo este tiempo, Sánchez ha tenido que llamar a los forestales avisando de un ataque en una sola ocasión, en 2019. Al contrario que muchos, probablemente la mayoría de sus compañeros ganaderos, él no ve con malos ojos la presencia del lobo y cree que se simplemente una cuestión de adaptación. "A mí que haya lobos me parece bien. O sea que aquí ha habido lobos siempre. Hasta que dejó de haberlos porque los mataban. Yo creo que para el equilibrio y para el tipo de naturaleza que tenemos aquí que haya un depredador como el lobo es fundamental".

A escasos 15 km de Madarcos, otro pastor, David Pérez, cuida de su rebaño de cabras en las cercanías de Serrada de la Fuente. Pérez, que tiene 50 años, recuerda perfectamente la primera vez que vio un lobo en Serrada. Su mujer estaba pastoreando y le avisó de que había visto unos perros por el camino. Él se acercó y no tardó mucho en darse cuenta de que aquello no eran perros, eran lobos.

"En cuanto vimos el primer lobo, adquirimos una cachorra de mastín y la introdujimos en el rebaño. Luego el rebaño fue creciendo y fuimos metiendo más mastines, hasta que logramos una manada estructural que ya funciona bien. A partir del 2018 dejamos de tener ataques", declara Pérez, que compagina su trabajo como pastor con un puesto en la Administración autonómica, lo que le impide, junto a su mujer, cubrir todo el tiempo de pastoreo necesario para tener siempre a las cabras controladas y evitar ataques. Su mejor aliado es, para suplir la presencia humana, la tecnología.

"En cuanto vimos el primer lobo, adquirimos una cachorra de mastín y la introdujimos en el rebaño"

"La presencia del pastor es fundamental. Si no se puede tener presencia de pastor, nosotros usamos otro sistema que es llevar, con un pastor virtual, el rebaño concentrado", explica Pérez. "Tenemos un sistema que funciona con collares GPS que les hace un telepastoreo, digamos, y así evitamos que el rebaño se disperse y los mastines pueden defender bien el rebaño".

Teorías de la conspiración y el futuro de la ganadería

Soluciones como estas están ayudando a reducir los ataques, pero los gastos se están multiplicando y no siempre son efectivas. Los mastines, por ejemplo, generan más problemas de los que solucionan en zonas con mucha afluencia turística. Los senderistas, en ocasiones, han puesto denuncias a los ganaderos tras encontrarse con estos perros que pueden resultar agresivos con desconocidos.

Es el caso de zonas como Colmenar Viejo, a apenas unos kilómetros de la capital, o la Dehesa de Valdelatas donde pasta el rebaño de ovejas de Jorge Izquierdo bajo el sol que ha dejado pasar la desaparecida niebla. Un pastor contratado, maneja el rebaño. "¿Quién ha sacado el lobo y quién lo ha traído a zonas en las que no debería de estar? Porque esto es Madrid. ¿Cómo vamos a tener lobos en Madrid si está infestado de gente paseando?", declara Izquierdo, que además de miembro de UPA, hace parte del grupo Lechal Colmenar.

"¿Quién ha sacado el lobo y quién lo ha traído a zonas en las que no debería de estar? Porque esto es Madrid. ¿Cómo vamos a tener lobos en Madrid si está infestado de gente paseando?"

Las teorías de la conspiración están arraigando en buena parte de los ganaderos, que creen que detrás del regreso del lobo a la Comunidad de Madrid está la mano del ser humano. "Son lobos que se han criado en granjas, están acostumbrados a las personas y que no nos tienen miedo, con lo cual se meten a cualquier sitio", declara Izquierdo. "Los lobos no tienen la culpa, los que tienen la culpa son los que están echando los lobos, porque esos lobos no son de que hayan venido de por ahí, ni historias de estar raras, estos lobos los han criado y los han ido trayendo porque era muy bonito llegar a la gente urbanita y decirle: '¡Uh, el lobo!'".

Crean en un origen artificial o natural del regreso del lobo a la sierra, esta es ya una realidad incontestable ante la que los ganaderos tienen solo dos opciones: adaptarse o morir. Muchos están tratando de hacer viable un manejo que prevenga los ataques con la rentabilidad de las explotaciones extensivas que caracterizan a la zona, pero otros están simplemente tirando la toalla sin recambio generacional a la vista.

Izquierdo es de los que aguantan aún, pero se muestra pesimista con el futuro del sector en la región. "Nuestros hijos ya no quieren estar ninguno en el campo", se lamenta el ganadero. "¿Quién se va a quedar aquí? ¿De dónde vamos a salir? ¿Vamos a criar lechales? ¿Dónde vamos a hacer leche de oveja? ¿O dónde vamos a limpiar los montes? Ya esto se está acabando".

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