Vengo de Liverpool, la ciudad de los Beatles. He recorrido su museo lleno de fotos de chicas emocionadas, caras desencajadas, desmayos y gestos sobreactuados en los conciertos de los cuatro músicos. Nunca he entendido el espíritu fan, esa adoración sin medida, que borra cualquier defecto, que idealiza sin límites.
Escenas que me recuerdan a los partidos políticos en España. Ese congreso socialista, de hace unos días, lleno de más aplausos que autocrítica, los fieles de la ultraderecha con la mano alzada y sus proclamas franquistas frente a Ferraz, o los seguidores del PP que no cuestionan a Feijoó encubriendo a Mazón ni a Mazón encubriéndose a sí mísmo. Militantes, que son fanáticos profesando una religión por cuestión de fe, sin cuestionar si los suyos yerran y si lo hacen, basta con dos padresnuestros.
Ustedes me dirán que una cosa son los militantes y otra los votantes, ciudadanos críticos que depositamos nuestra confianza en el partido que más represente nuestros intereses. Y yo les digo que hoy son lo mismo. Votamos a unos para que no salgan los otros, y a los otros para que no venzan los unos. Dejamos que la guerra fratricida que libra la clase política, nos contagie, como si nuestra militancia dependiese de eso.
Nosotros no nos jugamos un carné, nos jugamos algo más serio, un salario digno, la educación, el acceso a la vivienda o la sanidad para todos. Pero claro, cuando hasta los políticos, ponen en duda la ciencia y la teoría de la evolución en favor de la de la creación, tenemos las consecuencias. La multiplicación de correligionarios, en vez de ciudadanos libres y racionales. Como diría Mayor Oreja y Mateo 14, versículo 13, la multiplicación de los fanes y los peces.