Desde 2016 la Biblioteca Nacional nos invita a que recordemos el legado y la figura de las mujeres que se dedicaron a la literatura con el Día de las escritoras, que se celebra el lunes más cercano al 15 de octubre, dado que ese día falleció Teresa de Jesús. La iniciativa ha tenido tal éxito que ha conseguido varios de sus objetivos en apenas ocho años: que nos olvidemos de que antes no se daba nada similar, que determinadas voces clamen con que ya es demasiada la atención que recibimos las mujeres, y no digamos ya las mujeres artistas, y que en muchos ámbitos en este día se invite a que doctos caballeros, con un currículum tan largo e impecable que podrían tener el resto del año para demostrarlo, hablen y analicen nuestra obra y vida. Tengamos en cuenta que los varones saben de nosotras cosas que nosotras ni siquiera sabemos que sabíamos. Por suerte, siempre aparece alguno que nos lo recuerda, infatigable.
Con un nobel otorgado a una autora y un Planeta que en esta ocasión ha recaído sobre dos mujeres, ganadora y finalista, el equilibrio entre hombres y mujeres que se dedican a esta noble y cainita profesión sigue siendo un sueño muy muy remoto. Generaciones de ávidos lectores deberían ver a mujeres con trofeos en sus manos, con la monotonía con la que las décadas anteriores hemos visto a escritores haciendo justa ostentación de los suyos, antes de que a nadie se lo ocurriera clamar ni siquiera por una representación similar.
Por suerte para quienes se agobian enseguida por la presencia femenina parlante (no hay problema con la presencia de mujeres silenciosas: las abrumadoras bellezas aladas que caminaron de nuevo el martes por la pasarela de Victoria’s Secret dan prueba de ello) nos dedican un día nada más. Dos, si contamos con el ocho de marzo. No se preocupen. Pronto todo volverá de nuevo a la normalidad.