Cosas que desaparecerán

Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que soy el único con corbata en la oficina. Qué curioso porque hace unos años no llevarla era lo raro. Mientras me la quito avergonzado pienso lo poco que le queda, pronto desaparecerá. Una pena, la verdad, porque ese lazo anudado al cuello ha sido una muestra de respeto ante los demás y de paso una prenda que nos hacia más elegantes. En esas estaba cuando me empezaron a venir a la cabeza cosas que en breve ya no existirán.

Los cines, como los quioscos de prensa, siguen abiertos, pero cada vez hay menos. Los pañuelos de tela casi han sido sustituidos por los prácticos clínex. Los diccionarios y las enciclopedias son recuerdos de los salones de la década de los cincuenta y ya no forman parte del mobiliario de ninguna casa. Igual que preguntar a un desconocido cómo encontrar una calle o un restaurante; o dar los buenos días o saludar cuando dos personas se cruzan en la escalera o en el monte.

Las monedas ya no habitarán en los bolsillos ni en las carteras, el huevo hilado ya nadie sabrá qué es y el tratarse de usted sonará al siglo pasado. Igual que las tarjetas de visita y el helado de corte; los tacones y las postales turísticas; los marcos con fotos y la tarta al whisky; las cartas de amor pero no las de Hacienda; el matrimonio para toda la vida, el mapa de carreteras y las tiendas de ultramarinos; los santorales, los callejeros y las medias de color carne de las mujeres. Qué decir de saberse un número de teléfono, merendar todos los días o esperar cada semana a ver el capítulo de una serie.

Desaparecerá, quizás, la siesta, tener un coche en propiedad, dar las gracias, ceder el sitio en el autobús o hacer autostop. Será inaudito ver más niños que mascotas en un parque o que los novios se sienten con sus padres en su propia boda. Los cheques bancarios, comprar acciones en la bolsa para ahorrar o tener el mismo trabajo cinco años seguidos, misión imposible. Igual que encontrar pepinillos en vinagre, una revista en papel o alguien que escuche un mensaje a velocidad normal, use calcetines de ejecutivo, lleve camiseta interior de tirantes o un jefe que invite a desayunar.

Desaparecerá todo lo anterior o no, pero lo que quedará seguro es la capacidad de sorprenderse del ser humano. Así llevamos miles de años. Ahora también y aunque nos aferremos a la nostalgia o, peor aún, despotriquemos de las nuevas generaciones... tienes que saber que a nuestros padres les pasó lo mismo con sus abuelos. También te pasará a ti, ilustre miembro de la generación Z, que consideras toda esta lista que acabo de mencionar como claramente prescindible. Más pronto que tarde, también tú sentirás que tu mundo se extingue.

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