La expectación generada por un espectáculo circense siempre es especial. Se despierta cierta inocencia que creíamos perdida, una ilusión por conocer los números a los que se va a asistir. También algo de intriga por saber cómo solventarán acróbatas, malabaristas y equilibristas la dificultad de los ejercicios. El más difícil todavía.
Cuando el espectáculo lleva el sello Cirque du Soleil, la euforia es todavía mayor desde el momento en que vemos aparecer la inmensa carpa iluminada en el Escenario Puerta del Ángel, emplazamiento habitual en Madrid para esta compañía, con la seguridad de que nos adentraremos en una aventura estética excepcional.
Estamos ante el top de los espectáculos de este género, de eso no cabe duda, y así es desde que recorren el mundo con varios shows simultáneos, desarrollando un imaginario de fantasía y sentido artístico sin rival.
Ocupados todos los asientos alrededor del escenario, la acción comienza sin aviso, con la entrada discreta de los primeros protagonistas. Las ovaciones no tardan en desatarse, tras el primer número de barras acrobáticas, una modalidad donde pértigas flexibles, diseñadas especialmente para la ocasión, sirven para realizar saltos y equilibrismo por una numerosa troupe. Rusos, canadienses, estadounidenses... y algún ucraniano. El poder del circo para mantener unidos a pueblos que sus mandatarios se empeñan en enfrentar.
El francés Ghislain Ramage gira de manera precisa dentro de la rueda Cyr, un aparato con el que vimos hace dos años lucirse a Lea Torán, artista alemana que dedicó una entrevista a 20minutos al actuar en Madrid, la tierra de su padre.
Cuchillos de fuego y una tempestad de nieve
Los cuchillos de fuego giran a toda velocidad al son del tambor, ejecutando una especie de danza tribal. Más tarde, como un remanso pendular llega el dúo de trapecio sincronizado, apoyado en el tema musical Querer. Todo desemboca en un momento mágico, donde el recinto completo parece azotado por una inmensa tempestad de nieve y viento, con miles de papelilos blancos volando a nuestro alrededor, antes del descanso del espectáculo.
Una alegoría poética de la sociedad y el poder
Rachel Lancaster, directora artística de esta versión renovada de Alegría, nos comenta algunos detalles del espectáculo. En 2019 se inició una gira con motivo del veinticinco aniversario de su estreno, que en total han disfrutado unos catorce millones de espectadores en todo el mundo. La última aventura del Circo del Sol en Madrid fue Luzia, que estuvo hace ahora dos años en el mismo Escenario Puerta del Ángel, pero el trasfondo de esta Alegría renovada es más profundo.
"La puesta en escena de Luzia contaba con muchos accesorios y el agua tenía mucha importancia -indica la directora-. Sin embargo, la escenografía de Alegría es mucho más simple, aunque también tiene más aristas. Propone un viaje en el que el personaje principal -Sr. Fleur- intenta tomar el poder y formar parte de la jerarquía. A través de las personas que conoce y las experiencias que vive, siente una cierta iluminación y se da cuenta de que no necesita ciertas cosas. El espectáculo muestra la poesía y la pérdida”.
No olvidemos que Lancaster trabajó junto al gran coreógrafo Mathew Bourne, de quien aprendió el arte de narrar sin palabras. "Contar historias a través del movimiento, del caminar, de los detalles. En los doce años en que colaboramos, lo que más admiraba de él fue su capacidad para narrar historias desde la disciplina más alta, que puede aplicarse al mundo de las acrobacias".
El yin y el yang en un escenario circense
Efectivamente, una sutil narrativa sobre la sociedad sirve como telón de fondo a los números acrobáticos que se van sucediendo. El bufón de la corte, Sr. Fleur, se hace con el poder, simbolizado por el cetro iluminado que ocupa el centro del escenario, y se sienta en el trono frente a un grupo de aristócratas vestidos con pomposidad. Esa dualidad se traslada a los números circenses, donde se ejercitan dos grupos opuestos en ámbitos diferenciados.
a tierra y el fuego son los elementos a los que parece sujeto el grupo de los Bronx, con un aire tribal y nómada; mientras que las alturas parecen reservadas al grupo de los Ángeles, personajes inmaculados que surcan las alturas suspendidos en telas aéreas y trapecios. Este juego de opuestos, del yin y el yang, de lo terrenal y lo etéreo, llega también a la música, simbolizada por la Cantante de Negro y la Cantante de Blanco.
Un torbellino de energía llega en números como Powertrack, protagonizado por un grupo de catorce integrantes del Bronx que ejecutan sus volteretas mortales en dos caminos cruzados de camas elásticas. Una lección de la mejor gimnasia. Yan Zhuang consigue mantener en vilo un número incontable de Hula Hoops, antes de dar paso al equilibrio de manos y contorsión de Oyun-Erdene Senge, bajo el desgarro oscuro de la canción Vai Vedrai, firmada, como toda la música, por René Dupéré. Son modalidades siempre presentes en el circo que todos almacenamos en nuestra memoria.
La ambientación se basa en una iluminación sin estridencias, bajo una tenue penumbra donde se resaltan delicadamente los detalles, o se alzan delicados faroles suspendidos sobre la pista. La banda sonora que acompaña este espectáculo es la música más vendida y escuchada de Cirque du Soleil. Se han añadido algunos arreglos para actualizar los temas, pero la calidad de las canciones marca el espíritu del espectáculo creando un envoltorio sonoro fundamental. Una alegría calmada y elegante, en la que cada número parece haber pasado por un proceso de destilado para alcanzar casi la perfección. A ello se suma un vestuario marcado por un barroquismo vistoso, manteniendo siempre el buen gusto.
Los Pablos del mundo de los payasos
No podemos dejar de nombrar a Pablo Bermejo y Pablo Gomis. Ellos conforman una pareja impagable de payasos, con tal compenetración y desparpajo escénico que merecería acuñarse la denominación de Los Pablos, a semejanza de los famosos productores audiovisuales, Los Javis. Ellos rescatan la mejor tradición del clown en ‘sketches’ de un buen gusto afinado noche tras noche. Protagonizan retazos de los sentimientos humanos pasados por el humor, apareciendo intermitentemente a lo largo del espectáculo. Desarrollan una mímica deliciosa a la que añaden algunas palabras en un lenguaje inventado, mezcla de todos los idiomas. La caracterización y el vestuario redondean sus ejemplares intervenciones, entre las que destacan un antológico duelo a pistola que nada tiene de trágico y sí de cómico.
El fin de fiesta nos reserva la disciplina circense por excelencia, el trapecio, aquella en que el hombre parece alcanzar el vuelo natural para el que nunca estuvo dotado. Una numerosa 'troupe' aparece embutida en 'maillots' blancos, como ángeles de cuerpos definidos que ascenderán hasta lo más alto tras instalarse con rapidez la red de protección. Este número de trapecio volante posee la particularidad de que no es uno sino dos trapecios en paralelo, lo que permite jugar con la sincronización, siempre primando la estética por encima de la dificultad. Suspensiones en el aire donde los acróbatas parecen flotar, realizando sueltas originales y cruces siempre gráciles. Es ese momento en el que todos los espectadores miran a lo alto con la boca abierta, asombrados por vuelos elegantes. La fascinación ejercida sobre todas las edades. El asombro eterno del niño que aún guardamos en nuestro interior.
Uno a uno, los ‘ángeles’ realizan sus últimas piruetas, dignas de gimnastas olímpicos. Se dejan caer sobre la red, simbolizando ese regreso a la realidad que supone el colofón del espectáculo. Es el final de una aventura en que se renueva el concepto de elegancia circense representado por Cirque du Soleil. Un lapso de tiempo en que nos abandonamos a una inocencia casi infantil, del que despertamos impregnados de una alegría que permanece en nuestro espíritu y recuerdo.