Con el argumento de que su voto no iba a ser decisivo, el PP de Núñez Feijóo ha acabado cediendo al trágala de ese regalo que Sánchez le ha hecho al PNV tirando del patrimonio nacional, que pertenece a todos los españoles, como si fuera suyo. Hablo, naturalmente, del palacete parisino reconocido como propiedad del Estado español por el Tribunal Civil del Sena en una sentencia de 1943, que sería ratificada en 1951, o sea, siete años después de la liberación de París. Es este último un dato que desactiva la tesis barajada por los peneuvistas de que la titularidad española del edificio fuera un postrero y antidemocrático vestigio del colaboracionismo con los nazis del régimen de Vichy. No fue la Francia de Philippe Pétain sino la del socialista Vincent Auriol la que terminó ratificando la pertenencia del inmueble al Estado español.
Lo cabal habría sido que ese edificio pasara a manos del Gobierno Vasco, de modo que siguiera siendo propiedad española dado que esa institución autonómica, igual que su territorio y que su propia ciudadanía, es una parte del Estado. No ha sido así porque la razón ha dejado de ser una guía de criterio en la España de hoy. Si el PNV hace, en este triste episodio, un grotesco papel de pescador de río revuelto, Sánchez ha incurrido en un posible acto de prevaricación y malversación de bienes públicos con el obvio agravante de que, como ante la amnistía de Puigdemont, estamos ante el obsceno pago de una factura a un partido político con el fin de que a cambio éste mantenga en el poder al generoso donador.
Sánchez ha incurrido en un posible acto de prevaricación y malversación de bienes públicos
Para hacer la vista gorda a lo que tiene todos los visos de un delito y todas evidencias de una operación exenta de ética, el PP añade, al argumento de su debilidad parlamentaria, el de que el expolio del palacete dichoso es un hecho consumado. Hay quien también justifica ese giro alegando que era muy difícil explicar la soledad de Feijóo oponiéndose al decreto ómnibus y replicar al relato del Gobierno que lo acusaba de insolidario con los pensionistas y los beneficiarios del transporte público gratuito. Pero detrás de todas esas justificaciones se puede entrever otro motivo que viene de atrás: la obsesión insistente que ha dejado caer una y otra vez Feijóo por recomponer desde el PP unas relaciones con los nacionalistas vascos y catalanes que nunca fueron leales y que siempre obedecieron al puro voluntarismo del primero.
Sí, Feijóo es un impenitente nostálgico del sistema de equilibrios anterior a la moción de censura a Rajoy de 2018 y no parece haber entendido que, después de esa fecha, no es posible la marcha atrás. No es posible porque desde entonces ambos nacionalismos vienen apoyando al sanchismo de una forma inquebrantable, cada uno en su teatral estilo, los del PNV amagando unas paternalistas regañinas que les insuflen una autoridad moral de la que carecen; los de Junts jugando a romper una baraja que no les trae cuenta romper y usando para los socialistas unos sobreactuados piropos (trileros, piratas, manipuladores…) que, dadas todas sus complicidades mutuas, tampoco resultan convincentes para restituir su dañada imagen ética y que perfectamente se los podrían aplicar a sí mismos.
Feijóo, un impenitente nostálgico del sistema de equilibrios anterior a la moción a Rajoy de 2018, no parece haber entendido que, después de esa fecha, no hay marcha atrás
No. De esa gresca Feijóo no va a poder sacar nada en claro. Y es mejor que sea así. Lo dijo Machado: “Cuando dos mentirosos hablan/ ya es la mentira inocente./ Se mienten mas no se engañan”.