No voy a ser nada original en mis deseos para este año que entra. Siguiendo al Rey de España en su discurso de Nochebuena, voy a apelar a la serenidad en la vida política española. Sí, ya lo sé. Con solo acercarse a una sesión de control en el Congreso de los Diputados se da uno cuenta de que los sueños, sueños son: hay que ser ingenuo para pensar que los dirigentes políticos de este país no van a seguir la corriente radical que arrasa en las sociedades occidentales.
El populismo ha hecho mella en el cuerpo social de las naciones democráticas y España no es una excepción. En este país, la crispación tiene más adeptos que el Real Madrid, el Barcelona o que la última moda del ayuno intermitente. Nos hemos acostumbrado a no respetar a quien no piensa como nosotros y a vivir en burbujas donde todo el mundo piensa igual que nosotros.
En cualquier caso, en este 2025 tenemos la oportunidad de que la ingenuidad venza al cinismo. A partir de este mes que entra, y hasta dentro de tres años, vamos a conmemorar la muerte del dictador Francisco Franco y la llegada de la democracia, que culmina con la aprobación de la Constitución española de 1978; esa que algunos odian como si fueran unos versos satánicos cuando, en realidad, nos han dado el mayor periodo de prosperidad, paz y convivencia que hemos vivido los españoles en unos cuantos siglos.
La celebración comienza mal. El PSOE de Pedro Sánchez está usando los eventos ligados con la muerte del dictador con la evidente intención de relacionar a la derecha con Franco, y el Partido Popular está despreciando estas primeras celebraciones por entender que aún no hay nada que celebrar. A ambos partidos habría que pedirles aquí un tiempo muerto, una tregua que vaya más allá de la Navidad.
Como país debemos asomarnos sin más revanchismos a la conmemoración de la muerte de Franco y a la construcción de nuestra joven democracia. Y no solo por respeto a quienes lograron un éxito tan extraordinario como el de pasar de una dictadura a una democracia homologada con las del resto de países europeos. También porque necesitamos recuperar ciertos valores compartidos que se han perdido en estos últimos años.
Una sociedad madura que se precie es capaz de convivir con su pasado sin echarse la memoria democrática a la cabeza, sin más rencores y desprecios. Pues bien, España tiene que demostrar que es ese ejemplo de sociedad madura que todos deseamos, capaz de recuperar la memoria de lo que ocurrió y de centrarse en lo que nos importa: la recuperación en 2025 del espíritu y los valores que nos permitieron empezar a construir, hace ya 50 años, lo que somos ahora. No es fácil, pero qué menos que lo intentemos.