Vivir entre fotografías

Definitivamente, Pérez-Reverte tiene razón: "Lo que más daño hace a la humanidad es la estupidez". Pues bien, no hay nada mejor para un estúpido que entregarle un instrumento para perpetuar su estupidez, y esa herramienta involutiva no es otra que el teléfono móvil, un artefacto lujurioso para el narcisista del nuevo milenio. Todo el mundo, desde el Cabo de Gata hasta Finisterre, tiene una necesidad vital de fotografiar a diestro y siniestro, bajo una lógica entusiasta de consumo propio. Es más, a medida que hacemos y publicamos fotografías, estamos ávidos de más y de más. Es el reabastecimiento fotográfico. Como el sexo. La posesión de una cámara en un móvil es lo más parecido a la lascivia. Y, como ya se sabe, la concupiscencia es inagotable e insaciable.

La realidad, a través del crisol de las fotografías en red, es un gran carnaval de máscaras, en el que la imagen ha usurpado a la verdad. Es posible que la modernidad sea esto. Una sociedad ávida por consumir imágenes a todas horas. Unas fotografías que sustituyen a la realidad para alcanzar alguna cota ignorada de felicidad privada, de equilibrio interno y hasta de estabilidad.

Si esto es la modernidad, quizá por un pudor mal entendido, siento una vergüenza profunda. Por supuesto que cada uno es libre de exhibirse, púdica o impúdicamente, en sus redes sociales, como también el resto somos libres de expresar nuestras opiniones ante la exposición publicada de esos testimonios de vida fugaz. Mileuristas que acuden a restaurantes de lujo para fotografiar platos y vinos, a sabiendas de que esa experiencia durará menos que un sueño de Cenicienta en un Madrid sin patinetes. Políticos consentidos y profesionales que viven de la colección de fotografías, porque la inteligencia no les da para más. Profesionales del filtro, ufanos por parecerse al hijo de Camilo Sesto, más preocupados por ser Dorian Gray, porque el espejo no resiste el paso del tiempo.

Recomiendo unos cuantos días a la sombra en la caverna de Platón, sin móviles, para que cuando salgamos, el sol nos deslumbre y volvamos a recobrar la sensatez

El ser ha dado paso a la apariencia, y la copia filtrada ha sustituido a la realidad. Porque la realidad son esos veinte segundos anteriores al posado de la fotografía, donde los colmillos no segregan sonrisas, sino suspiros de cotidianidad. Tal es así que una sociedad hedonista, que desea que el fracaso y la angustia no existan por definición, solo puede aspirar a construir una realidad paralela, cautivadora, disuasoria de las calamidades. Las fotografías nos han despersonalizado, haciendo posible el mito de Narciso encadenado. Pues bien, recomiendo unos cuantos días a la sombra en la caverna de Platón, sin móviles, para que cuando salgamos, el sol nos deslumbre y volvamos a recobrar la sensatez.

Zircon - This is a contributing Drupal Theme
Design by WeebPal.