Es probable que en los próximos cuatro años asistamos al mayor ataque a la democracia liberal desde la Segunda Guerra Mundial, y lo peor es que el ataque llegará desde dentro del propio sistema y protagonizado por el presidente de una de las naciones creadores de ese mismo sistema.
Millones de personas en los países democráticos de Occidente parecen cansadas de disfrutar de un régimen de libertades. Y no ocurre solo con aquellas que se ven reflejadas en las políticas de extrema derecha que promueve Trump. Ocurre, de igual forma, en los sectores sociales más a la izquierda, que se sienten satisfechos cuando los líderes de su cuerda tratan de controlar a los medios de comunicación, ponen o quitan jueces, y destituyen o nombran a gestores de empresas privadas. En definitiva, cuando practican el "ordeno y mando", sin reparar en que gobiernan un país en el que se establecieron contrapesos para evitar el poder absoluto.
Ese fue el criterio de los padres fundadores de Estados Unidos y, por extensión, de la democracia liberal que ahora trata de sobrevivir a duras penas. Es el mecanismo de checks and balances, de controles y equilibrios, con el que se pretende impedir que un solo individuo, o un grupo reducido, disponga de todo el poder, porque, de ser así, ¿qué diferencia habría entre una democracia y una dictadura?
Donald Trump desafía esos controles al alcanzar la Casa Blanca con un resultado incontestable, porque ha ganado con suficiencia no solo en votos electorales, sino también en voto popular (al contrario de lo que ocurrió en 2016, cuando perdió el voto popular frente a Hillary Clinton). Pero, además, su partido tiene mayoría en las dos cámaras legislativas y el grueso de los jueces de la Corte Suprema también sigue sus postulados. Parafraseando el viejo lema comunista de Todo el poder para los soviets, ahora rige en Estados Unidos Todo el poder para el Despacho Oval.
Pero el problema no es solo Trump, sino las actitudes trumpistas, que no son exclusivas de quienes comparten ideología con Trump. No hay que ir muy lejos para observar abusos de poder, incluso de líderes que atesoran todo el mando disponible sin haber sido la opción más votada.
Trump se ha estrenado con un manifiesto desprecio a la democracia, al amnistiar a los golpistas que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021. Algunos de quienes hoy se escandalizan –con toda la razón– por esa medida, aplaudieron cuando en un lugar más cercano se adoptó otra generosa amnistía a quienes asaltaron la Constitución, aunque con una diferencia sustancial: Trump ha cumplido una promesa que dejó clara durante toda su campaña electoral. Otros hicieron justo lo contrario de lo que prometieron.