Del rey, ¿qué más se puede pedir?

Aunque a algunos no lo crean, ser rey constitucional en el siglo XXI no es tarea sencilla, y mucho menos en España, donde todo cuanto haga o diga el jefe del Estado, la reina y la princesa de Asturias se somete a un escrutinio milimétrico a menudo con el objetivo de dañar la Corona. Desde que Felipe VI accedió al trono no lo ha tenido fácil, tanto por el desprestigio de la imagen pública de su padre, como sobre todo por el convulso clima sociopolítico que vivimos desde 2014, con una triple crisis: social, institucional y territorial. Lo cierto es que, en ambos puntos, al rey no se le puede pedir más. Ha tomado decisiones familiares dolorosas para resguardar la institución, y con su comportamiento intachable, junto al buen hacer de la reina Leticia, ha logrado superar la crisis reputacional de la monarquía. Los enemigos de la unidad nacional y la España constitucional vieron en aquel momento, una década atrás, una oportunidad de oro para dinamitar el marco de convivencia de 1978.

Por eso, los aciertos de la Corona escuecen tanto entre la izquierda populista y los separatistas, cuya actitud es siempre la misma: desplante institucional y tergiversación constante de los gestos y las palabras del rey a fin de situarlo en un terreno político partidista, con acusaciones delirantes como la de ser “el máximo representante de la ultraderecha”, en palabras de la portavoz adjunta de Podemos, María Teresa Pérez. Desde ERC y Junts han vuelto a utilizar el bulo de que el rey en 2017 aplaudió en su crucial alocución televisiva del 3 de octubre “las palizas a los votantes independentistas”, para despreciar un mensaje nuevamente impecable.

El discurso de Felipe VI en Nochebuena fue todo lo lejos que podía ir cuando censuró que la contienda política partidista, “a menudo atronadora”, impide escuchar la “demanda ciudadana de serenidad” para afrontar los retos colectivos. O cuando apeló a la exigencia del “bien común” para que, ante circunstancias tan difíciles como el desastre provocado por la DANA en Valencia, por encima de divergencias y desencuentros, “prevalezca lo que conviene y beneficia a todos”.

Es absurdo pretender que hable siempre de todo, y en esta ocasión el foco estuvo en los damnificados por las inundaciones

Las llamadas del rey al consenso han sido constantes todos los años, y ahora solo pide que, cuando lo urgente es la solidaridad entre españoles, se destierre por lo menos la discordia entre partidos. El resto de su intervención fue muy completa y abordó temas como la inmigración o la vivienda, sin duda socialmente problemáticas, y para las que no hay recetas fáciles, aunque sí discursos demagógicos. En todos los asuntos su enfoque es humanista, como lo es la Constitución y los valores de la Unión Europea. Calificar de “mensaje derechizado”, como ha hecho Sumar, es un disparate, como también reprocharle que no aborde todas las cuestiones posibles (por ejemplo, sobre la lacra de la violencia machista se ha referido otras muchas veces). Es absurdo pretender que hable siempre de todo, y en esta ocasión el foco estuvo en los damnificados por las inundaciones. Tal vez lo más novedoso de su mensaje de Nochebuena es que hizo una defensa explícita de la democracia “liberal” en un mundo donde las corrientes populistas, también en España, pretenden una democracia solo formal, con una Estado de derecho bajo mínimos, es decir, sin una auténtica separación y equilibrio de poderes

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