Renuncias y victorias

¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

Tenemos bien aprendido que toda victoria viene precedida de una renuncia y los treinta y nueve años de reinado de don Juan Carlos I, desde su proclamación el 22 de noviembre de 1975 hasta su abdicación el 18 de junio de 2014, es una buena prueba. Don Juan Carlos recibió los poderes de un monarca alauita, pero solo quiso ser rey de ciudadanos libres. Por eso sus renuncias sucesivas explican cómo se afianzó en el poder. En esa misma línea sabemos que una victoria solo puede ser alcanzada si está bien definida, que la victoria ilimitada no existe y que más allá del punto culminante de la victoria los intentos de proseguir la explotación del éxito acaban derivando en desastre, como Napoleón y Hitler aprendieron cuando invadieron Rusia. Por su parte, tanto los zares como Stalin tuvieron siempre presente que "en la guerra es preciso tener siempre a los dioses de tu lado".

En su libro Por qué ganaron los aliados, Richard Overy hace el análisis más perspicaz y definitivo de la Segunda Guerra Mundial y señala cómo en la Unión Soviética, donde Dios había sido prohibido oficialmente, la religión renació a causa de la guerra. De manera que el 22 de junio de 1941, día del inicio de la invasión alemana de Rusia, el metropolitano Sergei, cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa, después de haber sido perseguido por las autoridades y acosado por la Liga de los Sin Dios de Yemelyan Yaroslavsky durante años, pidió a los fieles que hicieran todo lo que pudiesen para ayudar al régimen y proclamó que "¡El Señor nos concederá la victoria!", utilizando el nos, primera persona del plural, donde quedaban incluidos tanto el metropolita como Stalin, cuya nueva propaganda hacía hincapié en el patriotismo y asignaba a la Iglesia un papel que interpretar en esto.

Así que Stalin acabó por el momento con las crudas actividades anticristianas de los fanáticos del partido, destinó dinero a la restauración de las iglesias y fomentó la observancia religiosa. Pudiera parecer una afirmación exagerada, pero muchos han querido señalar por contraste que el comportamiento de los milicianos cuando el 28 de julio de 1936 fusilaron al Sagrado Corazón de Jesús, en el monumento que tenía erigido en el Cerro de los Ángeles, significaba la opción de enajenarse a los dioses y venía a ser un certificado anticipado de la derrota que acabaría cosechando la Segunda República después de tres años de guerra incivil.

Observemos ahora que, con la segunda llegada de Donald Trump a la presidencia, la información en Estados Unidos propende a convertirse en una duda permanente, mientras que la búsqueda de la veracidad ha sido sustituida por el empeño en dar espectáculo. La impresión creciente es que en la Casa Blanca se contraponen a la verdad los "hechos alternativos" fabricados a la medida de la invención presidencial y que en adelante las convocatorias a los periodistas se van a circunscribir a los considerados "idóneos", una categoría siempre abierta a la incorporación de los sumisos y a la centrifugación de los indóciles. Veremos.

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