Tres semanas después de las trágicas riadas de Valencia causa mucha tristeza asistir a esta guerra de la Generalitat Valenciana y del Gobierno de España por ver quién actuó peor en las horas previas a las trombas que devastaron el sur de la provincia, dejando tras de sí 219 muertos, más de una decena de desaparecidos y una región que tardará décadas en recuperarse de esta tragedia.
Causa tristeza y también duele el desparpajo con el que el PP y el PSOE se han enzarzado ya en la batalla de descargar en el contrario las culpas de este drama y el activismo político, mediático y ciudadano con el que tantos se han dedicado a defender a los suyos y a denigrar al rival.
Ya llegará el momento de depurar responsabilidades políticas y seguramente penales de lo que ocurrió. Pero ahora es el momento de centrarse en las labores de recuperación y, en el apartado de la política, de explicar por qué el Estado, en su conjunto, le falló a los ciudadanos en el momento en el que más lo necesitaban.
Miren, si se trata de señalar con el dedo, aquí se salvan muy pocos. Carlos Mazón está siendo un ejemplo grotesco de lo que no debe ser un líder de una población que ha sufrido una tragedia. La Generalitat de Valencia dio muestras de una incompetencia y una negligencia extrema que estremece. Y el Gobierno de España no supo poner todos sus recursos en guardia para mitigar este horror.
Pero ponerse ahora a hablar de competencias de unos y de otros cuando lo que hemos vivido es un caso de incompetencia masiva es de una falta de conexión con la realidad que abruma. Aquí, como digo, nos ha fallado el Estado. Y de lo que se trata es de mejorarlo para que sepa estar a la altura de lo que se requiere y no dedicarse a hacer cálculos electorales que alejan aún más a los ciudadanos de quienes les representan.