Apenas conocemos de él su nombre artístico, sin embargo, la discreción no le ha impedido sacar el mejor proyecto de 2024.
De Hoke se pueden decir muchas cosas, pero solo en lo referente a su proyecto musical. Bueno, también sabemos que es valenciano. Y que es uno de los raperos más respetados y aplaudidos no solo del panorama español, sino de todos los rincones donde se hable nuestro idioma.
Hoke es rapero, joven – unos veintiocho años, calculan – y valenciano – además de habérsele visto ayudando en las actividades de limpieza de su ciudad tras la devastadora Dana, reivindica en sus canciones La Terreta –. También es una de las mentes creativas más alucinantes del país y un genio del antimarketing, esa corriente promocional que consiste en hacer promoción no haciendo nada de promoción, aunque suene raro. Lo suyo va de dejar miguitas de pan en videoclips de otros artistas para que su público, uno de los más entusiasmados – se podría decir también que desquiciados – del panorama español comience a montar teorías en redes sociales.
La trayectoria del valenciano silencioso se remonta a 2020, cuando varios raperos importantes del panorama comenzaron a compartir en sus redes las canciones del artista. En aquel momento, Hoke era algo así como un cantante de culto, una especie de caviar iraní musical que solo podía ser saboreado por los paladares más trufados. Sin embargo, la cosa empezó a coger carrerilla.
Algunos singles del artista, como 96ers, empezaron a pegarse con la ayuda de las nuevas plataformas de difusión, pero sin que aparentemente su creador moviera un solo dedo para promocionar nada; de alguna forma, las canciones de Hoke iban rodando por los nuevos circuitos digitales del panorama rapero mientras encumbraban a su autor como un referente de culto sin disco, figura pública ni nombre conocido.
El secreto del artista, a priori, estaba a la vista de todos: ser bueno. Muy bueno. Buenísimo. En aquel momento – y lo sigue manteniendo –, Hoke conseguía hilar unas letras perfectamente pensadas con una producción cuidadísima y sofisticada; el secreto residía en la calidad, vaya, y el artista se aprovechaba de tener un producto intachable para sembrar los oídos de sus oyentes con unas referencias meticulosas y un discurso que no dejaba nada al azar. Como dirían las abuelas, no daba puntada sin hilo.
Rápidamente, las olimpiadas, una de las temáticas predilectas del artista, fueron cogiendo peso en sus canciones hasta que, efectivamente, su público entendió que en 2022 habría álbum: BBO, se llamaría.
Este proyecto saldría en septiembre del mencionado año y se convertiría instantáneamente en un disco de culto. Publicado sin dar una sola entrevista, participar en ningún podcast ni contar con ninguna estructura industrial – ni managers, ni agencias ni discográfica –, Hoke y su productor, Louis Amoeba, colaron todas las canciones del trabajo en el top 200 España, según los stats del sector. Aquel disco, que giraba alrededor de la maratón contra la vida y contra el resto de raperos que puede ser una carrera musical – con todos los versos del álbum, recuerdo, plagados de referencias olímpicas y deportivas, además del arte visual del proyecto – se convirtió en un clásico. La prensa y la crítica, a las que el artista no hacía ningún caso – sigue siendo así –, lo catalogaron inmediatamente no solo como el disco del año, sino como uno de los mejores proyectos de la década.
Ahora, tras dos años sumido en cierto silencio sepulcral – interrumpido solo por un single, No puede ser, y el atroz ruido de las teorías que lanzaban en redes sociales sus más excéntricos fans –, ha vuelto con Tres Creus, su nuevo proyecto, para dar la campanada a mediados de diciembre y convertir su álbum en el mejor del año sin que siquiera se le acerque un oponente.
Hoke no viene solito con este proyecto, sino acompañado por muchísima gente. Además de contar con las colaboraciones de Quevedo, Ébano, Morad y Ergo Pro, en la contraportada del álbum se pueden leer las firmas de casi una docena de los mejores productores de música urbana del país: se ha cuidado todo al más mínimo detalle, y se nota en el resultado.
El concepto de Tres Creus – aunque el título sea en valenciano, las letras son enteramente en español – es sencillo, pero cuenta con varias capas: al igual que en la simbología católica las tres cruces representan los diferentes pecados que se expusieron al ejecutar a Cristo junto a dos ladrones, las tres cruces de Hoke son los pecados y penitencias con los que debe cargar en la industria de la música.
Vivir de la música es genial, sin embargo, es también como viajar en un barco rodeado de traición, ansiedad y sacrificio constante: esas son sus cruces; esas son, según se da a entender en su espectacular disco, las tres cargas con las que debe cargar a modo de penitencia eterna por haber acariciado el éxito.
El disco cuenta con una producción increíble y una duración corta, poco más de veinte minutos, sin embargo, es más que suficiente. Aunque Hoke juega a hacer un rap mucho más conservador de lo que se ve últimamente en la escena, en los beats se permite el lujo de experimentar con el techno e incluso con algo que puede recordar al hyperpop.
En cuanto a las colaboraciones, cabe destacar ABC, junto a Quevedo. Es sorprendente escuchar a un artista como el canario en un registro de puro rap, muy poco comercial, haciendo algunas de las mejores estrofas de todo el disco.
Con este álbum, Hoke ha conseguido mantenerse. Si bien es cierto que no logra un salto especialmente sustancial en lo que a sonido se refiere, sí consigue apuntalar todavía más el misticismo que lo rodea y la magnanimidad de su obra. Es como un nuevo mesías del rap, solo que en versión discreta: quiere que las masas escuchen su mensaje, pero no que lo sigan.