Organizar una despedida para Rafael Nadal se antoja un marrón de primera categoría para aquel infortunado que resulte encargado de hacer algo a la altura de semejante personaje. En Málaga, la intención se daba por descontada, pero el resultado fue descorazonador: el mejor deportista que parió España se marchó una fría noche martes, tras una tarde que prometía fiesta y terminó en gatillazo.
Se marchó Rafa Nadal, evento de interés universal, y solo unos cuantos pudieron verlo por televisión, aquellos que pagaron. ¿De verdad no hubo una sola mente lúcida allí arriba pensando que aquello tenía que verlo toda España? Pues no: ajo, agua y caja.
Se marchó Nadal y allí no estaban todos los que son o han sido: faltaban Federer, Djokovic... ni siquiera el tío Toni, el guía que situó al sobrino en el camino a la eternidad. Ya resultó extraño que el propio Toni anunciara semanas antes de la Copa Davis que no acudiría a tan imprescindible cita, pero no es momento para especular con razones ocultas ni tampoco yo tengo la información para adentrarme en tan siniestra habitación. Por cierto... ¿deberían haber estado los reyes de España?
Se marchó Rafa y el mallorquín dio un discurso algo frío, que podía haber pronunciado ayer o en alguno de sus 14 Roland Garros, por poner un ejemplo. No conectó, abrumado por el momento y apenado también porque su cuerpo no le permitió danzar en ese último baile, unas horas antes.
Al final, así es la vida: tanto tiempo pensando en cómo estar a la altura en el adiós definitivo a un tipo que tanto nos dio que, llegado al momento, no supimos cómo hacerlo. La leyenda es demasiado grande y no merece la pena recordar esa fría despedida una noche de martes, sino tanto tiempo de felicidad. Fue un placer.