La felicidad que proporcionan los Reyes

La nostalgia que sigo evocando cada seis de enero no se me borra con el paso de los tiempos. Esta mañana visitaré a unos amigos que tienen dos hijos pequeños, a primera vista para llevarles un regalito, pero en realidad para compartir con ellos esa felicidad que les crea ya desde la víspera, cuando vieron desfilar las cabalgatas, la ilusión que les proporciona la esperanza de que lleguen los Reyes Magos.

Verlos tan alegres, intentando armar unos juguetes cada vez más complicados técnicamente, aún me emociona y me hace recordar y pensar como quiero imaginarme que harán ellos. Recuerdo tanto aquella noche en que mis padres me decían que debería dormir porque si no Sus Majestades no llegarían cuando estábamos despiertos, algo que durante las primeras horas era imposible, escuchando cada ruido que se oía en el comedor. Naturalmente, no estoy seguro de lo que pensaba, sólo que me ponía nervioso.

Quiero creer que cuando me dormía, ya rendido, me imaginaba a los camellos, que daba por hecho que tenían alas en las gibas, trepando hasta el sexto piso para colarse por la ventana que habíamos dejado bien abierta, a pesar del frío de enero, para dejarnos silenciosamente los regalos. Una ilusión, por supuesto no exenta de temores: si resbalaban y se perdían por el camino, o se caían trepando por la pared o si se equivocaban de piso…

Ya entonces nos íbamos preparando para saber que la felicidad plena casi nunca existe. La tradición de los Reyes Magos se espera con ansiedad, la imaginación infantil se desborda en la espera, y deja margen a la curiosidad por saber y por descubrir la verdad entre tantas falsedades como tendrán que enfrentar en su futuro incipiente. Como no tengo hijos, comparto la ilusión de los de mis familiares y amigos que cada mañana como esta me dejan lucubrando con poco éxito lo que se me pasaba a mi entonces por la cabeza bajo las ansias de la espera.

Ahora, que ya no sueño con casi nada maravilloso, cuando le doy vueltas a aquella experiencia fugaz, me vienen a la mente ideas extrañas, tristes o pintorescas, depende. Me apena el recuerdo de los niños que no tienen oportunidad de disfrutar de esta ilusión de otros y al mismo tiempo, me resulta inexplicable por qué la vida es tan injusta para, al final, después de haber soñado y disfrutado lo mismo, todos acabemos con suertes tan diferentes.

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