El congreso de la mitad del PSOE que gobierna celebrado el fin de semana en Sevilla, cumplió los objetivos de su promotor: Pedro Sánchez, que suma dificultades para salir a la calle como un ciudadano de a pie. En cambio, disfrutó durante unos minutos los aplausos enfervorizados de los asistentes, así como una ovación de matiz taurino que le proporcionará argumentos durante unos días para sentirse reafirmado en su pretensión de eternizarse en el poder.
Claro que al Congreso sólo asistían unos cuantos centenares de personas –muchas defensoras de su empleo- y para afianzarse de verdad en el cargo que tanto disfruta le habría sido más adecuado convocar unas elecciones anticipadas en febrero y ver lo que piensan y desean muchos de los millones de votantes que tienen algo que decir al respecto en las urnas.
Pero no todo han sido parabienes para el presidente, que ahora tendrá que enfrentarse al insomnio que cabe imaginar le causarán los reiterados escándalos familiares, políticos y económicos que le esperan en su despacho en La Moncloa. Y entre ellos, los derivados de la dimisión de Juan Lobato y sus denuncias que, lo que son las cosas en esta actividad, es probable que se haya convertido en un nuevo líder cara el futuro.
Lobato se había ganado prestigio como persona seria, bien formada y prudente como ha demostrado. Para Sánchez y sus afines fue un dolor de cabeza cuando comenzó el Congreso y, ahora que ha pasado, tampoco podrán perderlo de vista. Tiene madera, se ha ganado mucho respeto y hasta admiración, mientras su voluntad no parece que sea tirar la toalla. Más bien colocarse en la reserva activa del partido que algún día, seguramente no lejano, recuperará la unidad perdida y los principios ya centenarios que muchos consideran abandonados, si es que no traicionados.