El aprendizaje que tiene lugar en los primeros años de nuestra vida, en los que desarrollamos algunos de los conceptos más básicos para dar sentido al mundo que nos rodea, es un proceso único en la naturaleza. Es en esta fase cuando determinamos, por ejemplo, que las cosas no dejan de existir cuando dejamos de percibirlas; también, es cuando comenzamos a separar lo que es posible y lo que no.
Esto último es lo que acaba de descubrir el primer trabajo científico en documentar que los niños distinguen entre eventos posibles e imposibles, y que de hecho después de experimentar 'situaciones imposibles' aprenden mucho mejor.
Sorpresa ante lo 'imposible'
Como publican los autores del hallazgo en la prestigiosa revista científica PNAS, lo que buscaban era descifrar si los niños más pequeños ya piensan en estos términos antes de desarrollar el lenguaje necesario para darles nombre. Para ello, diseñaron un curioso experimento: reclutaron a un grupo de bebés de entre dos y tres años de edad y les mostraron una máquina de bolas de chicle llena de juguetes. Mientras que una parte de ellos sólo vio juguetes morados, otra vio juguetes mayoritariamente morados pero también alguno rosa.
Cuando se les dio una moneda para extraer un juguete de la máquina, ésta les entregó, en todos los casos (también en los que no los habían visto) uno rosa. Los científicos evaluaron las reacciones de sorpresa, y encontraron que sólo se producían en los que no habían visto juguetes rosas (experimentaron una 'situación imposible').
Con el fin de comprobar cómo afectaba esto a sus procesos de aprendizaje siguientes, los investigadores le asignaron un nombre sencillo al juguete rosa y más tarde se les preguntó cómo se llamaba. Aquellos que habían experimentado la 'situación imposible' lo recordaron mucho mejor que aquellos que no, de lo que los investigadores dedujeron que este tipo de eventos impulsan el aprendizaje.
La sorpresa impulsa el aprendizaje
Como vemos, el experimento es muy sencillo, pero es suficiente para comprobar cuestiones que a los adultos pueden parecernos básicas, pero que no lo son necesariamente para los más pequeños. Por ejemplo, las reacciones de sorpresa evidencian que los bebés no esperaban el resultado obtenido; el hecho de que posteriormente recordaran mejor la palabra asignada al juguete parece indicar que la sorpresa puede ayudar en su aprendizaje.
Precisamente este punto es el que se relaciona con la aplicación práctica más evidente de este descubrimiento; y es que, más allá de ayudarnos a comprender los procesos tempranos por los que se forma nuestro mapa conceptual, este tipo de estudios pueden ayudarnos a mejorar y refinar los métodos pedagógicos y de enseñanza en un momento en el que son tan cruciales como son las edades más tempranas.
Referencias
Aimee E. Stahl, Lisa Feigenson. Young children distinguish the impossible from the merely improbable. PNAS (2024). DOI: https://doi.org/10.1073/pnas.2411297121
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