La carretera hacia la destrucción de la DANA, de Valencia a Catarroja: "Es una pesadilla de la cual aún no hemos podido salir"

El inmenso canal que desvía el caudal del río Turia por el sur de la ciudad de Valencia está generalmente seco, pero este martes el agua aún baja con fuerza hacia la desembocadura. Es la frontera física entre la aparente absoluta normalidad y la destrucción entre las que convive estos días la ciudad de Valencia y su área metropolitana desde la histórica riada de la pasada semana.

Hasta allí llegó el agua que cayó en tromba en el cauce alto del barranco del Poyo, ubicado a unos pocos kilómetros al sur. Una superficie que quedó absolutamente anegada y que comprende municipios como Benetússer, Alfafar, Massanassa y Catarroja. Todos ellos son de frontera casi indistinguible y están unidos por una carretera, el Camino Real de Madrid, que es, a día de hoy, una ruta por la que la destrucción va creciendo a medida que se va avanzando.

La parroquia de Nuestra Señora de Gracia es un centro neurálgico de la asistencia y el voluntariado en el barrio de La Torre, una pedanía de Valencia capital y la primera zona urbanizada al sur del cauce del río. La plaza frente a la iglesia es un improvisado campamento en el que la Cruz Roja reparte mascarillas y equipos de protección entre los voluntarios, policías municipales y bomberos de toda España coordinan el dispositivo y vecinos de la zona vienen a recoger comida y otros productos llegados de todo el país.

"Los cinco primeros días han sido los chavales, la juventud, la que venía a ayudarnos, pero no teníamos ni medios, no teníamos ni palas"

La carretera está casi impoluta a esta altura y es un continuo ir y venir de vehículos de emergencias y de cientos y cientos de voluntarios armados con escobas, palas y algunas máquinas para succionar agua. Emilio Martínez, de 62 años, observa la riada humana desde el portal de su bloque.

"Esto, como ha sido el principio también de la riada, pues quizás le haya llegado el remedio antes. Luego Alfafar, Benetússer y todo eso está fatal", admite el valenciano, que lleva en el barrio "desde que acabó la mili". Como casi todos los vecinos de las zonas afectadas, solo tiene buenas palabras para los voluntarios, mayoritariamente veinteañeros o adolescentes. "Los cinco primeros días han sido los chavales, la juventud, la que venía a ayudarnos, pero no teníamos ni medios, no teníamos ni palas. Yo se lo he dicho a los chavales que cuando venían a ayudarnos y trabajando duro y se lo decía esto no se paga, chavales. Esto no se paga".

Benetússer lucha por recobrar la actividad

Pagados o no, las cientos de personas que abarrotan la carretera siguen andando. Cada uno tiene un objetivo en mente o bien esperan simplemente seguir caminando hasta que alguien les solicite su ayuda. Sin que ninguna barrera física lo indique, Valencia termina y comienza Benetússer. El agua avanzó el martes de la semana pasada por la tarde en dirección contraria a la de la marcha que siguen hoy los voluntarios, arrastrando coches, destruyendo lo que se ponía por delante y ahogando a decenas de personas en los garajes.

Un bombero del Ayuntamiento de Madrid espera en la entrada de uno de los garajes, que están vaciando de agua con un equipo traído desde la capital de España. "No hemos encontrado víctimas mortales, ni en este, ni en ninguno de los que hemos vaciado durante toda la noche". El rumor extendido entre buena parte de la población de que muchos garajes de la zona tendrían cuerpos humanos bajo las aguas no parece confirmarse por el momento.

La apertura de la vía principal, en la que tampoco se ven ya casi coches destruidos, está animando a muchos negocios a empezar a limpiar y prepararse para un posible reapertura. Rocío Díaz es una vecina del pueblo que está echando una mano a despejar el bar de debajo de su casa. "Antes que bajos de trasteros, estamos ayudando en lo que son negocios y casas, pero hay cosas que están todavía sin vaciar", declara Díaz, que tiene 56 años. Los vecinos la llaman cariñosamente "madre". Casi todo el mundo es familia aquí en estos días. "Todo esto es uno, lo que es Benetússer y Alfafar es todo lo mismo. Por ejemplo, a mitad de calle es Benetússer y luego es Alfafar, o sea, está todo mezclado y se ha roto todo, se ha estropeado todo".

Alfafar aún no ve la luz al final del túnel

La calle avanza y el fango, el suelo sobre el que más se pisa en cualquier punto de la zona, empieza a ganar poco a poco la batalla al asfalto, especialmente en las calles perpendiculares a la vía principal. También comienza el olor que ya nunca desaparecerá. Un hedor que irá ganando intensidad a medida que se avanza y que solo las mascarillas que casi todo el mundo usa en esta zona, puede mantener mínimamente a raya.

De pronto aparece una explanada ocupada por un amasijo de coches destrozados, muebles y vegetación, todo ello cubierto de lodo. Aunque no lo parezca, es una señal de avance, las calles vecinas están ahora despejadas y una legión de voluntarios asisten a los vecinos para intentar que quede despejado. Ya estamos en Alfafar.

"Ayer sobre las dos del mediodía fue cuando una excavadora logró empezar a quitar todos los muebles y a echarlos en aquel parquecito", declara Aroa Fernández, de 31 años, que participa en la limpieza de la vivienda de sus abuelos, evacuados a Valencia por unos familiares el día después de la riada. "Algunos bomberos estuvieron, vino también el otro día alguien de la UME y estuvo echándonos una mano, pero lo que más, sobre todo, voluntarios. Esta calle, por lo menos, está despejada, pero luego por allí también hay muchísimo fango, hacia Massanassa".

—¿Veis la luz al final del túnel?

—Vemos avances, pero la luz está un poco lejos aún, creo.

Massanassa se llena de basura

La siguiente localidad, simplemente al otro lado de la calle, es Massanassa. Una señal con el nombre del pueblo lo anuncia y, después, otro cementerio de coches y muebles. A este punto de la vía principal ha llegado finalmente este martes la maquinaria pesada que retira coches, fango y enseres. La circulación está prohibida para viandantes, por lo que los voluntarios se dispersan por el resto de las calles del pueblo que son, mayoritariamente, totalmente intransitables para cualquiera que no lleve botas de agua. Y, como macabro telón de fondo, el olor, siempre el olor.

En una esquina, una furgoneta acaba de llegar con alimentos y varios vecinos se agrupan para recogerlos y agradecer a los voluntarios, en este caso, originarios de la vecina localidad de Torrent. Inmaculada Ponce, de 54 años, se enteró el lunes del fallecimiento del marido de su prima, cuyo cuerpo apareció en un coche cinco días después de la riada. Como tantos otros vecinos de la zona, han aprendido a convivir con el dolor de las pérdidas humanas, mientras tratan de sobrevivir a las carencias materiales de su nueva cotidianidad.

"Lo único que necesitamos es que nos quiten la basura porque es muy insalubre todo esto. Es horrible", declara Ponce, señalando una calle perpendicular donde se acumulan las bolsas que los vecinos han ido generando en los últimos días. Hasta ahora, apenas han podido acceder vehículos. "Ahora están despejando la vía principal porque es lo más práctico, pero por dentro aún quedan muchos garajes inundados y coches". A su lado, otra mujer apuntilla: "Donde peor está es en Catarroja".

Catarroja, un laberinto insalubre de muebles y barro

Tras Massanassa, la carretera llega finalmente al ya tristemente célebre barranco del Poyo, otra canalización de hormigón, mucho más estrecha que la del Turia, que se desbordó completamente el martes. El agua corrió desde aquí inundando toda la llanura ocupada por los municipios mencionados hasta que se desbordó en el Turia, un canal construido en los años 60 que salvó a la ciudad de Valencia de correr la misma suerte.

En el cauce se ven coches de tanto en tanto, que acabaron ahí arrastrados por la corriente. La calle principal recupera cierta normalidad al inicio de Catarroja, la localidad que comienza inmediatamente tras cruzar el puente. Hay incluso algunos comercios abiertos y numerosa presencia de efectivos militares, policías y bomberos, una vez más, de muy diversos puntos de España. Tras unos minutos de marcha, el agua comienza enseguida a dominarlo todo.

El escenario cambia, como si de una señal se tratara, a partir de la calle Paiporta, que lleva el nombre del municipio que se llevó lo peor en cuanto a pérdida de vidas humanas y destrucción material, ubicado a unos pocos kilómetros más arriba por el cauce del barranco. Las calles aquí no están tan enfangadas como las de Massanassa, pero, especialmente de la zona de La Rambleta, son un laberinto de muebles, basura y fango.

Por el estrecho pasillo que dejan las montañas de muebles de madera podrida que los vecinos han sacado a las estrechas calles del municipio transitan voluntarios y catarrojeños, muchos afanándose en limpiar las plantas bajas de sus viviendas. El garaje de Manolo Torres, de 42 años, está ya bastante adecentado, pero este vecino de Catarroja está alicaído. "Lo más urgente aquí es la limpieza, como veis, si no limpiamos, si no es accesible todo, no podemos volver a empezar", declara Torres. "Mucha gente ya lo tiene prácticamente bastante aseado, pero claro, la calle está todo sucio. Si no quitamos escombros de aquí no podemos rearmarnos otra vez".

"Lo más urgente aquí es la limpieza, como veis, si no limpiamos, si no es accesible todo, no podemos volver a empezar"

Poco más adelante, de entre las montañas de muebles, aparece Antonio Núñez, de 23 años, que usa guantes y mascarilla y que hace una reflexión parecida. "Sobre todo el tema higiénico, el deshacernos un poco de esto que de alguna forma se permita también la circulación de camiones y vehículos especializados en quitar todo esto, porque al final es que vivimos entre basura, vivimos entre basura y así no puede ser".

Ninguna excavadora ha pasado aún por aquí y la calle está repleta de coches destrozados. Sin embargo, a pesar de todo, la vida ha seguido su curso y los vecinos que sobrevivieron a la riada han conseguido llegar hasta aquí apoyándose unos a otros. "Si no es por los voluntarios, por la gente joven, tanto que se critica la generación de cristal, si no es por la gente joven, la generación Z, de verdad que nada de esto hubiera sido posible", afirma orgulloso Núñez para volver rápidamente a la realidad: "Hay bajos que están todavía negados, la zona de las barracas está, que eso tiene que dar miedo. Todavía no he ido, pero es que no estoy ni mentalmente preparado para ir allí. No sé, es una pesadilla de la cual todavía no hemos podido salir".

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