Toca, durante esta semana, que hablemos de salud mental: comenzaba el lunes con el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión y finalizará el próximo lunes con el Blue Monday, el que desde 2005 consideramos el día más triste del año si atendemos a baremos como las horas de luz, el mal tiempo, la ruptura de los propósitos para un 2025 que parece tan inabordable como perdido y los gastos pasados de los que, de pronto, llegan las facturas.
La depresión, sin embargo, no se limita a una tristeza pasajera ni se cura con una buena conversación y la actitud adecuada. Entre el batiburrillo de noticias, algunas falsas y otras falseadas, que se transmiten sobre la antigua melancolía, esa bilis negra que devoraba el cuerpo, se hablará de la importancia de pedir ayuda (¿a quién?), de la detección temprana (¿cómo?) y de la importancia de acudir a terapia (¿dónde?). Las tres cuestiones suponen un paso importante en la toma de conciencia de la enfermedad, pero las preguntas que les siguen resuenan en el aire sin respuesta.
No pensé que viviera para escuchar razonamientos que cuestionaran y laceraran la sanidad pública universal. Con enorme ingenuidad creí que una época de información nos convencería de la importancia de sostener con pilastras inamovibles el acceso a la salud, independientemente de la situación económica de cada cual, pero dadas las previsiones de enfermedad mental en España la defensa de esos valores debería convertirse en una lucha.
Ojalá pudiéramos aprovechar la inercia de quienes sospechan de los fines avariciosos de las farmacéuticas para que esa energía se convirtiera en la protección a ultranza de lo público, pero por desgracia caen en otros intereses.
Mientras tanto, enfermos y cuidadores peregrinan, aguardan, aguantan, sobreviven si pueden. Toca esta semana volcar un puñado de frases hechas sobre (¿qué era?) la depresión. ¿No tocaría algo más ya?