No ha habido tarta en el Congreso con esa cantidad de velas para celebrar el cumpleaños de la Constitución, pero debería. Cómo no celebrar la norma que ha hecho posible semejante avance en bienestar en España. Da igual el indicador que se elija, en todos, el avance es espectacular, desde renta per cápita a educación y sanidad pasando por empleo, pensiones o vivienda y por supuesto en libertades individuales. Mucho que celebrar.
Si esta Constitución va camino de ser la que más tiempo ha estado en vigor de la historia de nuestro país –faltan apenas un puñado de meses para ello– es precisamente porque ha sido buena para todos. Un milagro que se estudia en todas las universidades del mundo: cómo un país fue capaz de ponerse de acuerdo en una carta magna que consagraba unos principios de progreso más allá de las ideologías. La libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Todo ello con una separación de poderes que garantiza la convivencia democrática y un orden económico y social justo. Casi el 90% de españoles estuvieron de acuerdo en lo anterior aquel 6 de diciembre de 1978. Gentes de izquierdas y de derechas, nacionalistas o no, del norte o del sur, jóvenes o mayores apostaron por una nueva España que el tiempo ha demostrado que merecía la pena.
46 años de una ley de leyes que es prácticamente la edad mediana de los españoles. Qué casualidad. Si dividiéramos en dos toda la población de España en función de la edad, el punto medio sería aquellos que tienen 46 años. De hecho, habría tantos españoles menores de 46 como mayores de esa edad. La centralidad en la población está en los que tienen por tanto 46 años. El punto intermedio. Esa misma centralidad y lugar de encuentro que hoy echamos de menos en la celebración del aniversario de la carta magna, donde los extremos han tomado posiciones construyendo exabruptos falsariamente sobre el espíritu del 78. Nada más lejano a una fiesta de cumpleaños en la que muchos faltaron y los que estaban se comportaban de manera contraria a como lo hicieron sus antecesores hace cuatro décadas.
Hace unos días un respetado estudio médico reveló que el envejecimiento humano no es un proceso continuo, sino que se acelera en dos etapas clave, una de ellas alrededor de los cuarenta y tantos. De los 44 a los 46 se producen cambios moleculares significativos que explican que comiencen a notarse signos de envejecimiento de manera más pronunciada que en otros aniversarios. Aparecen las arrugas, los dolores en las articulaciones, el pelo se cae y se engorda. La buena noticia es que cumplir esa edad no es el final de la vida, la estadística nos dice que a un español medio por lo menos le quedarían cuatro décadas por delante, hasta alcanzar los ochenta y tantos. Es decir, que, aunque empiecen algunos achaques a los 46, queda mucha vida por delante que disfrutar. Achaques como los que hemos visto estos días en el aniversario de la Constitución, que estoy seguro de que superaremos con las recomendaciones de envejecimiento activo de los especialistas. En este caso alimentándonos del consenso y practicando la gimnasia de la centralidad.