Cuando lo improbable se convierte en previsible, solo caben dos opciones: o España se ha transformado al realismo mágico colombiano o lo excepcional, con acta notarial incluida, ha vencido a la realidad constante y sonante. Si 2.000 académicos votan aleatoriamente entre cinco películas en los Goya, la probabilidad insólita de que exista un empate es del 0,091%. No ha sido el azar, según certifica el fedatario público, sino Salomón revivido.
No es el único caso, porque, si analizamos algunos de los últimos premios literarios de prestigio en España, la probabilidad de que, entre mil aspirantes, sea escogido un presentador de televisión o un personaje público iletrado es análoga a la anterior. Casualidades asombrosas que harían las delicias de García Márquez. Y qué decir tiene de la probabilidad de ser presidente del Gobierno, que se situaría en uno de cada diez millones. Pues bien, la probabilidad de que la condición de presidente recaiga además en alguien que ha nacido, o no, un 29 de febrero es inferior a que toque el Euromillón, una opción entre 139.838.160.
Claro está que no se debe dejar todo al azar ni al cálculo de probabilidades. Ya que el mérito ha decaído, y se impone el esperpento y el ventajismo del mediocre, hay que reducir el índice de probabilidad para conseguir los objetivos. Si no sabes cantar, las probabilidades de éxito crecen si te bautizas musicalmente de un modo bizarro. J Kbello o Mel Ömana, dos ocurrencias de barra de bar, fueron finalistas del Benidorm Fest, lo que me recordó un equipo de fútbol que fundé en la Facultad, hace ya algún tiempo, que llevaba el nombre de ‘Steaua no beberás’.
Del mismo modo que la probabilidad de que a Karla Sofía Gascón le entreguen un Óscar es pírrica. A través del método inductivo, cabe concluir que ser buena actriz, en el caso de que lo sea, no es condición única y suficiente para obtener el premio. Las probabilidades crecían, según la reacción del mainstream, si además eras transgénero y tenías un pasado curricular impecable en redes sociales. Por eso, la probabilidad de que en los Goya hubiese corporativismo era muy elevada, habida cuenta de que, el que más o el que menos tiene las redes enlodadas con imbecilidades. Como también existe una gran probabilidad de que, extinguida su luz fugaz, se gane la vida en tertulias en alguna televisión. Una vez más, lo improbable previsible. El problema es que millones de españoles contemplan atónitos que la suerte probable del mediocre es ajena a ellos, a quienes nunca les toca nada. Y así es sencillo dejar de creer.