¿Apología de la corrupción?

Fue el sábado, 30 de noviembre, en el Congreso del PSOE en Sevilla. Imputada ya por cuatro posibles delitos, Begoña Gómez fue recibida con una marea de aplausos, vítores, besotes y abrazotes. La pregunta es qué abrazaba, besaba, vitoreaba y aplaudía esa gente. ¿El tráfico de influencias? ¿La corrupción en los negocios? ¿El intrusismo profesional? ¿La apropiación indebida? ¿La aclamaban porque la creen inocente o porque creen en su culpabilidad y que ésta debe quedar impune tratándose, como se trata, de la esposa de su líder?

La cuestión no es superflua porque ese partido cuenta con antecedentes de similares aclamaciones, en las que ha sido palpable esa misma e inquietante ambigüedad. En 1998, Vera y Barrionuevo fueron despedidos con idénticas muestras de efusividad por más de seis mil militantes y la cúpula socialista en pleno a su entrada en la cárcel de Guadalajara. ¿Se dirigía aquel aplauso a los compañeros a los que se creía inocentes o a los que se sabía culpables y por ese mismo motivo? ¿Abarcaba aquel aplauso a los propios delitos?

El proceso judicial a Chaves y Griñán dio lugar a un salto en el plano teórico de esa exculpación del delito hasta entonces solo fáctica. Se convirtió en recurrente lugar común del argumentario socialista la defensa de la inocencia en quien malversara fondos públicos sin ánimo de lucro sino por el bien (habría que sobreentender) de la formación política en la que militara. Se anteponía, así, la razón de partido a la razón de Estado. El primero estaba por encima del segundo. Si se robaba por el primero, no era robo.

Tal argumento es más que peligroso y detrás de él están todas las grandes sangrías del siglo XX. El individuo que roba para sí, para enriquecerse, sabe que actúa mal y que su acto es ilegítimo. Es decir, su delito se queda en sí mismo. Por grave que sea, no trasciende al cuerpo social; no lo contagia y corrompe, mientras que quien roba en nombre de una causa ideológica o de un partido político está legitimando el robo y pretende instaurarlo como norma. Lo dice muy bien Albert Camus en El hombre rebelde cuando invoca a Heathcliff, el personaje de Cumbres borrascosas que "mataría a la tierra entera para poseer a Cathy, pero no se le ocurriría decir que ese crimen es razonable o que está justificado por un sistema".

Y añade a continuación: "Desde el instante en que el crimen se razona, prolifera como la razón misma, toma todas las formas del silogismo. Era solitario como el grito y se hace universal como la ciencia. Juzgado ayer, hoy dicta leyes".

No. El aplauso a Chaves y Griñán no es inocuo. Como no lo fue el aplauso a Vera y Barrionuevo. Es un aplauso que trata de fijar doctrina, de deslegitimar a los jueces y de acabar legislando como nos advierte Camus. Volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué aplaudían los que aplaudían a Begoña Gómez en el akelarre de Sevilla en el que, por cierto, también fueron agasajados Griñán y Chaves? El fantasma de la apología del delito flota siempre perversamente en esas situaciones que constituyen la esencia del populismo.

El líder logra envilecer al electorado hasta el punto de que, cuanto más explícito se hace su desafío a la ley, más incondicional se vuelve el apoyo de sus acólitos. ¿Estamos ante una apología de la corrupción que debe tener su figura en el Código Penal? ¿Dejaremos que esa lacra cree escuela y dicte leyes?

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